El mayor lastre para la película lo suponen los interminables sustos fáciles y poco elaborados.
Es ley de vida que en cualquier género, una vez que se han estrujado y llevado hasta el límite, acabe volviendo a los orígenes simplificando tramas y eliminando los elementos superfluos.
Es curioso que sea precisamente James Wan el firmante de Insidious, ya que con esta pretende crear un producto siguiendo las pautas del terror clásico, alejándose de la tendencia a las vísceras sangrientas de los últimos tiempos. De ahí que choque encontrarse en la realización al director de la primera Saw, puesto que a priori no parece encajar demasiado con un relato de corte más sobrio –aunque la mediocre Silencio desde el mal ya lo situara en esas coordenadas–, que busca referentes en el terror de posesiones y casas encantadas que hiciera su agosto en la década de los 80, comenzando por Poltergeist (Tobe Hooper, 1982), claro referente para el estreno que aquí nos ocupa.
Los elementos que baraja el guión no escapan de lo previsible en este tipo de obras. Una familia comienza a experimentar sucesos fantasmagóricos (ruidos extraños, apariciones de espíritus...) después de que uno de sus hijos haya sufrido un accidente y quede en coma. A partir de ahí deberán averiguar cuál es la raíz del problema para intentar recuperar la normalidad de sus vidas, llegando a recurrir a una médium que podría guiarles a la hora de dar con la clave para resolver la situación.
Durante la primera hora el andamiaje del film se sostiene, básicamente porque sorprende encontrarse con un relato de estas características en los tiempos que corren: contenido, sobrio, respetuoso con los mecanismos del suspense, narrado con cierto oficio y con actores solventes (con Patrick Wilson y Rose Byrne a la cabeza del reparto). Ojo, no es que estemos ante un prodigio de originalidad –son muchos los títulos que acuden a nuestra cabeza, desde la mentada Poltergeist a estrenos más recientes como Paranormal activity (Oren Peli, 2007)–, pero al menos el clasicismo de su propuesta no desagrada, máxime cuando renuncia a recurrir al gore a la mínima ocasión (poca sangre vemos en la pantalla).
Otro detalle que se deja notar agradablemente es que no se ha rodado cámara en mano –peculiaridad que comparten un buen número de propuestas terroríficas de bajo presupuesto como esta misma–, sino que se sigue una planificación más convencional de las imágenes. Tampoco cabe desdeñar la inquietud que transmiten unos espectros por lo general de aspecto muy similar a los humanos. Por último, se agradece que el guión no oculte demasiados ases en su manga, explicando con claridad lo que está sucediendo y tratando de ceñirse a dichas reglas.
Pese a todo, desde su ecuador hacia la resolución –con sorpresa de última hora, como está mandado– la película va perdiendo fuelle, y hay una serie de cosas que no acaban de encajar bien con lo visto hasta el momento, como unos ligeros toques de humor o los efectismos habituales en el cine de Wan (esa pirotecnia visual tan sobada en la saga de Saw), incluidos unos enloquecidos giros de cámara que pretenden transmitir agitación pero restan puntos a la eficacia narrativa. Tampoco acaban de estar bien resueltas ciertas conversaciones, que mueven al tedio.
Pero sin duda, el mayor lastre para la película lo suponen los interminables sustos fáciles y poco elaborados con que viene trufado el metraje cada pocos minutos. Si en un primer momento se logra que el espectador salte de la butaca repentinamente, con la reiteración ad nauseam del mismo recurso nos adentramos en un callejón sin salida rematado por una casa de los horrores donde somos conscientes de que cada pocos metros vamos a toparnos con el pertinente sobresalto. En resumidas cuentas, el efectismo triunfa por encima de la efectividad, dejando para el recuerdo una película medianamente entretenida, pero echada a perder por la obsesión malsana de su realizador por helar la sangre en las venas al espectador, cueste lo que cueste y sin ningún tipo de miramientos. Aquellos a quienes no irrite este hecho la disfrutarán más, por supuesto.