La tecnología ha llegado a los obituarios. Gracias a la implantación de un Zoe, las vidas de quienes lo llevan quedan recogidas en formato de video para su posterior proyección en privilegiado recuerdo. La labor de edición, la recopilación de escenas que representen lo que han sido esas personas en el tiempo que dura su metraje, queda en manos de los “montadores”. Ellos son los responsables de que las necrologías sigan siendo tan halagadoras como siempre, representando a los difuntos repletos de virtudes en los mejores momentos de su vida.
Omar Naïm, guionista y director, en este su primer gran largometraje recoge su experiencia en la escuela de cine como editor, donde ya había apreciado la importancia de quien corta y elige las escenas en el cine documental. Aplicado a los montadores de los Zoe, estos consiguen que hasta el más despreciable de los seres tenga una despedida agradable con la correcta selección de recuerdos. Ahí tiene su protagonismo Alan Hackman, interpretado por Robin Williams en una nueva demostración de la capacidad de la que sus detractores han dudado por su recurrencia cómica, y que ya desmontó en Insomnia.. Su personaje es el más implacable montador, curtido por un pasado turbulento y anclado en un concreto hecho que lleva demasiados años atormentándole y al mismo tiempo permitiéndole enfrentarse al lado más siniestro de los recuerdos de quienes pasan por sus manos. Así logra amasar sin escrúpulos bellas imágenes por duro que sea el resto del contenido. Hasta que un día, en mitad de una de sus ediciones, encuentra de forma casual, entre el público de unos recuerdos, al responsable de su constante sensación de culpabilidad.
Por edad, origen y formas, a Naim se le puede comparar a Shyamalan. No busca la sorpresa o trampa como en las primeras películas de aquel, pero se muestra igualmente capaz, con una extraña madurez que no se corresponde con su experiencia. Aunque se haya encargado de fotografía e incluso sonido en otros proyectos, aquí deja esa función en otras manos y pasa a firmar un guión en el que la diversidad de temas y su sobriedad mantienen la atención en varios frentes, rodándolo con los recursos aprendidos para conseguir una firme cohesión que ayuda a la sensación de tristeza presente en toda la cinta. La polémica que recrea partiendo de su argumento, se hace creíble con una campaña en contra de las implantaciones de Zoe por lo que condicionan sus grabaciones la vida de quienes se saben grabados por un lado, de quienes lo desconocen por otro, y que finalmente están en contra de la caprichosa y adulteradora función de los montadores de recuerdos. La lucha por desmontar el sistema da ocasión a algo de thriller, aún cuando la esencia de pura ficción se conforma desde el drama de los implicados. Juntando a quienes pierden a un ser querido y quieren despedirlo con algo agradable, y a quienes tortuosamente se sumergen en sus miserias para encontrarlo, la sensación es desalentadora.
Finalmente, en nombre de algo de elegancia, la conclusión huye de giros y estrépitos y deja el peso de la cinta en todo lo visto, con la promesa de que su director acabará algún día haciendo cosas importantes.