En cuanto su metraje avanza, parece que el filme esté haciendo equilibrismos sobre una cuerda endeble por no encontrar una postura.
Fue una de las finalistas al Oscar a la mejor película en lengua no inglesa de la última edición aunque no consiguiera finalmente la preciada estatuilla. Quizás por eso, El viaje del director de recursos humanos ha logrado un digno estreno entre nosotros. Estamos ante una de aquellas cintas que gustan tanto a la Academia por proponer una mescolanza entre la crueldad de la vida del inmigrante, el extremismo israelí y las buenas intenciones del ser humano. O lo que viene a ser lo mismo, lanza el manido mensaje de que vivimos en un mundo ahogado que tiene salvación gracias a la buena voluntad de la humanidad.
Una empleada extranjera en la panadería industrial más importante de Jerusalén muere en un atentado suicida producido en la capital. La prensa indagará el suceso y destapará que nadie en la empresa se percató de la ausencia de la muchacha, por lo que tilda a la actitud de la compañía y al personal empleado de indiferencia. Será el director de recursos humanos quien se vea instado a poner remedio al entuerto, por lo que deberá realizar el viaje del título para conocer la vida de la fallecida. Pero la vida de este hombre tampoco es la mejor para semejante función: desearía cambiar de empleo, acaba de ser abandonado por su esposa y la relación con su hija parece tambalearse.
El viaje del director de recursos humanos se plantea como una tragicomedia sociopolítica que dilucida, a través de sus personajes, esa fusión de géneros que pueden ir desde la comedia absurda hasta el dramático más crispante, pasando por momentos de ligereza, otros de fácil recurso y algunos de apunte censor. En cuanto su metraje avanza, parece que el filme esté haciendo equilibrismos sobre una cuerda endeble por no encontrar una postura sólida que ofrecer al espectador.
También se revela como una road movie bizarra y un tanto surrealista. El protagonista deberá efectuar un trayecto, tanto interior como físico, hasta Rumania, con un cadáver a cuestas que funciona como metáfora del destino de los muertos y, mientras atraviesa países, conocerá a una colección de personajes, a cual más excéntrico, que serán los que le den sustento a su historia, y de paso, a la propia película. Es esta sucesión de encuentros la que parece querer contener un imaginario demasiado vasto como para que resulte armónico.
Lo que finalmente queda como remanente cuando finaliza la cinta es un marasmo de buenas intenciones que palidecen por ser demasiado condescendientes aunque complacerán a las mentes bien pensantes que huyen de la transgresión. El viaje del director de recursos humanos se queda, pues, en simple anécdota, porque lo que empieza como un juicio hacia una identidad social acaba en cine que reconcilia con la vida mediante argucias demasiado elementales.