Pobre resultado para este biopic de una de las figuras que más repercusión ha tenido en la cultura china.
Frases del maestro Kong, traducción de la palabra Confucio, pronunciadas hace 1.500 años todavía perduran en nuestro ideario popular. Tal es la influencia del pensamiento de este filósofo chino cuya vida ha sido llevada a la pantalla por la reallizadora Hu Mei.
Hu Mei forma parte de la que se ha dado en llamar Quinta Generación de la Escuela de Cine de Beijing, compañera de otros directores tan prestigiosos como Chen Kaige (Adiós a mi Concubina, 1993) y que se caracterizan por el preciosismo y detalle de sus puesta en escena. Hu Mei ha trabajado largamente en la televisión china tanto adaptando dramas históricos como de realizadora publicitaria, lo que le hacía la candidata idónea para afrontar la biografía del célebre maestro que hizo del principio de reciprocidad humana el eje de su sabiduría.
La película Confucio tiene aires de gran epopeya, de gran producción. Su narración evita generalmente la elipsis detallando con minuciosidad encuentros y sucesos en la vida del biografiado. A la larga, esa condición lastra la narración pues distrae del verdadero interés que para un espectador del siglo XXI puede tener conocer la vida y obra de Confucio: saber cómo un político que vivió una época tan convulsa pudo aplicar sus ideas al gobierno de su país y a la rectitud de su vida.
Sin embargo, esta parte de la vida de Confucio está omitida. Más allá de la peripecia político-militar, brillantemente narrada y rodada, mediante la que consigue un acuerdo político entre dos reinos evitando una guerra, la cinta habla constantemente de las virtudes y enseñanzas del filósofo sin dar la menor muestra de cómo adquirió esa sabiduría y cómo la aplicaba a su vida diaria y al gobierno inmediato de su quehacer político o a las enseñanzas que transmitia a sus discípulos.
De este modo, tras el episodio del conflicto entre reinos, asistimos a una narración premiosa pero vacía que da cuenta del errático vagabundear de Confucio durante años por los distintos estados de China tras ser desterrado por una intriga política de su ciudad natal pero sin descubrir qué lo diferenciaba realmente de cualquier otro ciudadano o político de su época.
El impecable trabajo de Chow-Yun-Fat queda así disuelto en una marea de imágenes brillantes pero huecas, de secuencias donde se pierde la relación causa-efecto y de un batiburrillo de personajes sin definir cuyo conocimiento al espectador tiene que ser dado en títulos sobreimpresionados para no perderse entre todos ellos.
Pobre resultado para este biopic de una de las figuras que más repercusión ha tenido en la cultura china y también occidental durante siglos y cuya lectura de sus citas aún hoy provoca la admiración y el asombro al comprobar que, tras más de mil años de historia, aún no ha cambiado nada.