Recordada como uno de los símbolos del gamberrismo visceral de los 80, de ese subgénero terrorífico de tintes sangrientos y paródicos, el tercer episodio de resurrecciones fallidas -después del dedicado a "la novia de Re-Animator"- es fiel a sus rasgos y da todo aquello que se le podría suponer. Para los menos versados un resumen: destrozos de carne de un gore desmadrado, planos y más planos sanguinolentos, y una confusión de humor y asco descerebrada apta para duros de estómago de aficiones inquietantes.
Una vez más el doctor Herbert West hace de las suyas, esta vez desde prisión valenciana ubicada en EEUU (?) y ayudado por un ambicioso médico que es ni más ni menos que el familiar de una de sus víctimas.
El alcaide loco, la periodista de pasarela (Elsa Pataky) y el excesivamente secundario Segura, son otras figuras que contribuirán a su modo a la experiencia. Entre locura llegará el motín en auténtica barbarie carnicera, por medio de irrelevantes guiones de taller de aprendizaje que sólo forman ruido para ambientar transiciones de más y más de lo mismo. Ajena la cinta a toda reflexión sobre los peligros de la ciencia, este sigue siendo un terreno reservado a los excesos, con un esquema lógico y previsible que en su ritmo lleva a jugar con el límite de lo humanamente soportable, pero que no alarga demasiado la pelea de muertos y mortales. Por más que lo roce.
Otra noche de muertos vivientes, algo desubicada en el tiempo. Es más que probable que ya hayamos superado esta época de experimentación con lo aberrante.