Grata comedia, que alberga además una crítica elegante de la hipócrita filosofía que caracteriza en Estados Unidos a una mayoría moral fundamentalista y ultraconservadora.
Solía decir el humorista Chumy Chúmez que la ética reaccionaria consiste "en robar todo lo que se pueda con la bragueta cerrada". Convención en Cedar Rapids es una crítica elegante de esa filosofía política, económica y vital, que caracteriza en Estados Unidos a una mayoría moral fundamentalista y ultraconservadora.
En apariencia, la película es un vehículo al servicio del cómico Ed Helms, fajado en las series Funny or Die presents..., Children's Hospital y The Office y lanzado a la fama mundial por Resacón en Las Vegas. En Convención en Cedar Rapids, Helms reitera con mucho talento el papel al que le condena su físico, el de bonachón y apocado americano medio; en esta ocasión, Tim Lippe, un vendedor de seguros que jamás ha salido del pueblecito donde nació, y que por ello es tan naif como tradicional en lo que respecta a los tratos existenciales y comerciales. Cuando su empresa le envía a una convención del ramo que se celebra en una ciudad, todas sus certidumbres se verán puestas a prueba.
En tanto comedia, Convención en Cedar Rapids sabe conjugar muy bien lo indie (estuvo programada en Sundance), la fábula (recuerda en muchos momentos a Lars y una chica de verdad) y lo chocarrero (como no podía ser menos en estos tiempos). Como ya logró en The Good Girl (2002) y Youth in Revolt (2009), a través de una puesta en escena sobria y controlada el director puertorriqueño Miguel Arteta sabe encontrar un cálido equilibrio entre tantos tonos, y dotar de verosimilitud los comportamientos y motivaciones no solo de Tim, sino también de sus colegas de convención y farra —excelentemente interpretados por Anne Heche, Isiah Whitlock Jr. y John C. Reilly—, y hasta del villano de la función, Orin (el gran Kurtwood Smith), organizador de un evento en el que no todo será lo que parece.
Es en este aspecto donde Convención en Cedar Rapids acierta, como apuntábamos al comienzo, a brindar un discurso que trasciende la simple comicidad agradable. El guión del desconocido Phil Johnston, que no por casualidad costó producir pese al acuerdo general sobre su calidad, desliza una serie de consideraciones en torno a la falsa y la verdadera moral, lo que significa comportarse éticamente en el siglo XXI y la posibilidad de un rostro humano y colectivo que salve a un capitalismo agónico, sobre las que vale la pena tomar nota.
De acuerdo con estas consideraciones, el personaje de Tim pasa a representar, con su inocencia y su integridad, a un Caballero sin Espada prototípico de Frank Capra. Es una filiación cinematográfica que a Convención en Cedar Rapids no le viene grande para nada, lo que da fe de su valía como película. Es probable que pase sin pena ni gloria por la cartelera española, así que desde aquí la recomendamos a los espectadores con un mínimo de curiosidad.