Cuenta con una espléndida filmación, plagada de paisajes, silencios y ruidos que dejan poco espacio para el diálogo y mucho para las situaciones.
Sorprendentemente, la realizadora Claire Denis no ha logrado nunca estreno en nuestro país pese a contar con obras de sobrado interés. Es por ello que el lanzamiento de su último filme, Una mujer en África, debería ser bienvenido por los círculos cinéfilos. Su paso por festivales como el de Venecia, Toronto y otros tantos, más el concurso de la gran Isabelle Huppert como principal reclamo, deben haber sido responsables de que la realizadora haya tenido cabida en territorio patrio.
Una mujer en África, rodada hace dos años, es un documento de denuncia sobre la situación que están viviendo en algunos países africanos, además de ser un vivo retrato de la era post-colonialista. Se centra en la odisea de una mujer sin miedo, Maria Vial, que intenta seguir dirigiendo la plantación de café de su familia mientras que se ve obligada a lidiar con otros menesteres político-militares que están aconteciendo en el país. Este personaje se sentirá tan arraigado a esta tierra que se negará a abandonar el país mientras que el Ejército intenta restablecer el orden.
Centrándose en los avatares de una guerra civil en algún país africano cuyo nombre nunca se llega a conocer, se trata de una obra angustiosa e e inextricable en la que la directora juega con los acontecimientos a su antojo. Mediante un uso magistral de la elipsis cinematográfica, nos propone un recorrido apabullante y bello que deja más de una angustia en la butaca por su narrativa dislocada y argumento inconcluso, algo que deja cierta insatisfacción.
Siendo éste su mayor defecto, cuenta con una espléndida filmación, plagada de paisajes, silencios y ruidos que dejan poco espacio para el diálogo y mucho para las situaciones que el espectador se ve obligado a hilvanar mentalmente. Incluso, puede resultar una obra enloquecedora puesto que la propuesta puede ser tildada de fascinante por un lado mientras que, por otro, su falta de coherencia intencionada hace que el espectador pierda toda rienda en cuanto a su significado.
En el epicentro de este magma de turbulencias se encuentra la siempre excelente Huppert, que aquí vuelve a retomar su capacidad de componer un personaje extremo aunque mucho más empático que en otras ocasiones. La actriz parece mimetizarse con la atmósfera opresiva y envolvente de la obra, componiendo un personaje valiente e imposible y contribuyendo a un desasosiego permanente, transmitido tanto por ella misma como por la mano de la realizadora. Es por ello que Una mujer en África puede entenderse como la unión de Denis y Huppert en la propulsión de ideas, pero nunca en la confirmación de las mismas.