Tanto el realizador como su jefe de armas, el todopoderoso productor Jerry Bruckheimer, no se van a mover un centímetro de la baldosa donde ambos bailan ese chotis del cine comercial: grandes explosiones, montajes picadísimos de cientos y cientos de planos, exaltación de la profesión militar, secuencias de acción ralentizadas, chicas enfundadas en pantalones imposibles y ferralla.
Cada nuevo estreno de una película de la saga Transformers, desata un vivísimo debate sobre la capacidad de Michael Bay como realizador. Aunque el director ya cuenta con una filmografía extensa, es especialmente en esta serie donde quedan de relieve sus mejores armas como cineasta. Por así decirlo, Transformers es la quintaesencia del cine tal y como lo entienden Michael Bay y su productor, Jerry Bruckheimer.
A Michael Bay en la profesión se le conoce por dos importantes hechos. En primer lugar, es uno de los realizadores publicitarios más laureados de la historia, no hay galardón publicitario que no posea. En segundo, se le apoda “el chico de los 100 millones”, ya que salvo en dos ocasiones, todas su películas han superado esa recaudación, incluso alguna vez en su primer fin de semana de estreno. Sí, podemos reirnos todo lo que queramos de su capacidad como cineasta, pero que levante el dedo quién no se haya tragado las tres entregas de Transformers, una detrás de otra, a pesar de lo que le podamos criticar.
“Sí, hago películas para adolescentes. Qué gran crimen.” Eso contesta Bay cuando se le pregunta por su éxito o por los varapalos de la crítica. Tanto el realizador como su jefe de armas, el todopoderoso productor Jerry Bruckheimer, no se van a mover un centímetro de la baldosa donde ambos bailan ese chotis del cine comercial: grandes explosiones, montajes picadísimos de cientos y cientos de planos, exaltación de la profesión militar, secuencias de acción ralentizadas, chicas enfundadas en pantalones imposibles y ferralla, mucha ferretería interactuando con los espacios urbanos donde vivimos los que asistimos a este espectáculo.
Michal Bay extirpa de su cine toda aquella secuencia que no lo transforme en un espectáculo circense. Las escenas explicativas, de transición o de recopilación de datos para situar al espectador no existen en sus películas, convirtiendo cada cinta en una montaña rusa de acción infinita que corta la respiración del espectador hasta, en muchas ocasiones, provocar la más absoluta indiferencia.
Porque, ante la innegable capacidad del dúo Bruckheimer-Bay por conseguir credibilidad en la integración de los efectos especiales con la imagen real, aunténtico hallazgo de Transformers, está la incapacidad por contar una historia que tenga el más mínimo interés. Apenas esbozado el conflicto de la historia, un adolescente interpretado por Shia Labeouf que tiene que ayudar a los Autobots para salvar el mundo y a su chica, el resto de hechos son una simple excusa formulada en frases inconexas por los personajes para dar lugar a otra serie de explosiones y mamporros a cual más impresionante. Todo lo demás es accesorio, por no decir inútil.
Lástima que no todos los actores hayan entendido la farsa a la que se prestan como Jonh Turturro, quién se toma tan a chufla su personaje que uno duda si deberían pagarle por pasárselo tan bien y con tan poca preocupación. Frances McDormand se estrena en la serie con su eficacia habitual y los robots siguen siendo caricaturas dotados de una personalidad ínfima y ridícula, liderados por un tal Optimus Prime, un Mazinger Z del siglo XXI que habla sentando cátedra en cada frase. Lástima que en algún momento no se le pudiera enfrentar Woody, el vaquero de Toy Story para decirle aquello de: “Eh, tío, sólo eres un muñeco.”