Que el cine francés pasa por un buen momento no es ninguna novedad a estas alturas. Desde principios de la década pasada una nueva generación de realizadores formada por nombres como los de Luc Besson, Jean-Pierre Jeunet, Mathieu Kassovitz o Christophe Gans entre otros, de gran talento y mentalidad abierta, han concebido un tipo de cine que escapa a los estrechas etiquetas de tipo nacional apostando por films imaginativos y sin miedo a la experimentación e innovación de géneros y formas de procedencia dispar. El director Olivier Assayas (Irma Vep) puede ser calificado dentro de dicho grupo aunque con ciertas reservas pues no solo estaba ya en activo años antes que el resto sino por que su cine se aleja de la mentalidad de gran espectáculo de sus colegas antes citados inscribiéndose dentro de un estilo mas reflexivo e intelectual.
Con Demonlover Assayas demuestra estar de nuevo en la onda del mundo occidental actual mediante un repaso a algunas de sus inquietudes sociales y culturales como son el implacable mundo de las grandes empresas corporativas, la banalización del sexo y la violencia por parte de los medios o el auge del anime y los videojuegos como formas de entretenimiento generalizado. El problema del film es que, de entre todos los temas a los que se asoma, parece no saber muy bien que tipo de película busca ser, pues a lo largo de su visionado uno no sabe bien si nos encontramos ante un retrato del mundo de los grandes negocios con sus trapicheos, espías y puñaladas por la espalda a lo Wall Street de Oliver Stone o bien estamos ante una reflexión acerca del trivial e irresponsable uso de la violencia por parte de las empresas de comunicación en nombre del beneficio económico así como el efecto que todo ello tiene entre el público, lo cual le acercaría, en un registro menos bizarro pero igual de implacable, a la excepcional Videodrome de David Cronenberg. Es ese titubeo lo que provoca que ninguno de los dos aspectos acabe provocando la atención suficiente y ello vaya en perjuicio de la implicación del espectador con la película, lo cual es una pena, pues de haber optado en un principio por la opción escogida en el tramo final el film, en su conjunto, tendría entonces la fuerza de esa secuencia final de una crueldad (por lo tristemente veraz de la misma) aplastante.
Si renqueante es su trabajo como guionista, digna de mención es en cambio la labor de Assayas tras las cámaras, haciendo gala de un estilo ajustado y en ocasiones nervioso (sacando buen partido de la cámara en mano) que proporciona de dinamismo al transcurrir del argumento, incluso en aquellas secuencias en las que el interés parece menguar. A ello ayudan un fotografía áspera y de tonos claros que otorga a las imágenes un tono aséptico y deshumanizado en consonancia con el contenido de estas y su banda sonora, basada principalmente en música electrónica, que aporta cierto suspense e inquietud más allá de lo que llega a verse aunque esta, obra del grupo Sonic Youth, sea en ocasiones un tanto monotona. Redondeado la inquietud de su director, el film se caracteriza además por su saber hacer a la hora de combinar varios y muy distintos formatos de imagen sin que la mezcla de estos chirríe, destacándose en dicho apartado las secuencias de animación en 3D de un acabado impecable. El reparto por su parte resulta cumplidor aunque sin ningún hallazgo medianamente destacable sobre su línea habitual aunque convine reseñar el más que correcto francés en la versión original de intérpretes angloparlantes como Chloë Sevigny o la danesa Connie Nielsen. Un conjunto, en resumen, el que presenta Demonlover que nos deja con la sensación de que con los elementos de los que parte podría haber dado mucho más de si.