A "Betty Anne Waters" se le va tanto la mano en su anhelo de no enturbiarle la siesta a nadie, que obvia detalles fundamentales de la odisea sufrida por los protagonistas reales de la historia.
Suele decirse que la realidad supera a la ficción. Pero eso solo ocurre cuando la ficción no hace sus deberes; cuando es tan perezosa a la hora de reflexionar sobre los hechos reales, que acaba resultando más enriquecedora la simple descripción de los mismos.
Betty Anne Waters es, para empezar, un drama absolutamente átono y rutinario, mucho menos estimulante que la historia verídica que lo inspira: en 1983, un bala perdida de Massachusetts llamado Kenny Waters (interpretado en el film por Sam Rockwell) fue condenado a cadena perpetua por el brutal asesinato de una vecina…
Convencida de que Kenny no había cometido el crimen, su hermana Betty Anne (Hilary Swank) hizo lo posible y lo imposible durante dieciocho años para demostrar su inocencia; incluso, licenciarse en derecho, lo que le permitió reabrir el caso y lograr finalmente que su hermano fuese liberado en 2001.
La película reúne a la guionista Pamela Grey y al anodino realizador Tony Goldwyn doce años después del drama romántico La tentación (1999). En su nueva propuesta conjunta, Grey y Goldwyn eluden con premeditación y alevosía profundizar en la estrecha relación de supervivientes entre Kenny y Betty Anne, o en la corrupción policial y la desidia judicial que delata el caso, o en el problemático marco social que encuadra las vivencias de ambos hermanos.
Tan solo aspiran a recrear, de manera esquemática y descontextualizada, una anécdota de superación personal y fortaleza de espíritu que puedan disfrutar sin sobresaltos durante la sobremesa los consumidores habituales de esas asépticas producciones televisivas a las que tanto se parece Betty Anne Waters. También puede que Goldwyn, Swank y Rockwell tuviesen el ojo puesto en ciertos premios, pero la jugada en ese aspecto ha salido mal: la cinta pasó desapercibida en Estados Unidos.
Lo peor es que a Betty Anne Waters se le va tanto la mano en su anhelo de no enturbiarle la siesta a nadie que desdeña mencionar, siquiera en los créditos últimos habituales en estos films de corte biográfico, un detalle fundamental en la odisea sufrida por los hermanos Waters: Kenny falleció víctima de un estúpido accidente apenas seis meses después de que Betty Anne consiguiera sacarle de la cárcel.
Se trata de un suceso que modifica sustancialmente la percepción de los acontecimientos previos, planteando muy interesantes preguntas sobre el peso de la razón humana enfrentada al azar de la existencia, o el valor de nuestra voluntad en el ámbito de un universo inexpresivo y cruel. Los Coen de Un tipo serio y Valor de Ley habrían aprovechado argumentalmente al máximo la muerte de Kenny; Betty Anne Waters hace caso omiso de ella para que no estropee la estampa bonancible que se nos pretende ofrecer. Y eso va más allá de la mediocridad. Denota una lamentable falta de escrúpulos artísticos.