La intensidad media de la cinta no decae en ningún momento ni se deja llevar por emociones baratas
Quién iba a decirle a J.K. Rowling cuando ideó un cuento para que sus hijos acudiesen a la escuela sin aprensiones que iba a terminar explicando la levedad de la muerte a millones de adolescentes.
Las aventuras de Harry Potter llegan a su fin con esta entrega dejando una serie de películas multimillonarias, tanto en la producción como en sus recaudaciones, haciendo las delicias de miles de seguidores y despertando la curiosidad del resto ante el fenómeno de masas y las características del personaje y sus circunstancias.
El resultado de la saga ha sido desigual, con un comienzo prometedor en la primera cinta gracias a los aciertos del reparto y la acertada resolución visual de algunas de las fantasías de las novelas. Los méritos de los dos primeros títulos fueron del realizador especializado en cine infantil Chris Columbus, responsable en el guión o dirección de hitos como Sólo en Casa, Gremlins, Los Goonies o la más reciente Percy Jackson y el Ladrón del Rayo.
Los protagonistas crecieron y marcaron la necesidad de un cambio de tono en las continuaciones. Llegaron así las más irregulares e indefinidas, no sólo porque tuviesen que bandear una parte de la trama sin grandes avances narrativos, sino porque además su público objetivo ni era infantil ni adolescente. A cargo de dichos proyectos estuvieron Mike Newell y Alfonso Cuarón, dejando este último una pizca de su impronta visual en el título más siniestro de la serie, el del Prisionero de Azkaban.
La entrada definitiva en la adolescencia de los protagonistas y de los actores que los encarnaban, así como el endurecimiento de la historia conforme se acercaba el enfrentamiento entre Voldemort y Harry, hizo mover el tono de las películas finales hacia una madurez y sobriedad que ha dado lugar a los mejores títulos. El realizador David Yates, con amplia experiencia televisiva, fue el responsable de éstos coincidiendo además con la casi absoluta britanización de todo el equipo técnico y artístico. De hecho, es posible considerar la saga completa como una reivindicación de la industria británica del cine frente a la norteamericana.
David Yates ha cerrado el ciclo con una película dividida en dos partes cuyo prólogo fue un alarde técnico para saborear en equipos de reproducción de alta calidad y cuya segunda parte, sin perder la calidad mencionada, da una lección de sobriedad y distanciamiento british en el momento en que se tratan los temas más delicados de la historia: la vinculación que existe entre Harry y su antagonista, y el enfrentamiento a la muerte.
Hay quién se sentirá decepcionado por esta frialdad en momentos clave, como la muerte de Bellatrix, la travesía del trío protagonista por la batalla en el patio de Hogwarts o la sencillez y ausencia de lágrimas y diálogos de la secuencia final. Es un efecto buscado, pues se prescinde en todo momento de grandilocuencias, fanfarrias y otros trucos al que el cine estadounidense nos tiene acostumbrados. Con este Harry Potter no consumiremos compulsivamente palomitas, pero la intensidad media de la cinta no decae en ningún momento ni se deja llevar por emociones baratas.
El resultado final de Harry Potter y Las Reliquias de la Muerte es brillante, con una puesta en escena de gran sobriedad y acierto, resuelta en su inmensa mayoría en planos medios y generales adornados con una magnífica banda sonora sin estridencias. Harry Potter madura como personaje y toma la decisión más importante de su vida con la frialdad y decisión de un gentleman. Harry Potter no es Percy Jackson, y sería un buen ejercicio ver ambas películas en una sesión continua para comprender por lo que apuesta.