Pere-Lluc (Santi Millán) siente que toda su vida ha sido idiota, y lo asume como una parte suya a la que no es necesario poner remedio. Ha pasado los treinta y todo le parece irrelevante, por lo que su vida se mueve entre la rutina y evasiones de gin-tonic y tabaco adulterado. En una cena de empresa, cree tener un mensaje a compartir con sus amigos y compañeros, que se resume en sus atributos sobre un plato de comida y la amenaza de triturarlos de alguna forma. El simbolismo, puede escaparse, el sentido empieza a hacerlo bien pronto.
Esa misma noche, fruto del mareo alcohólico que también podría haber ocasionado una cámara que no se muestra estable en un solo minuto del metraje (intencionado, eso sí), choca contra unas escaleras colocadas por una señorita instalando anuncios publicitarios en las farolas. Por lo que evidentemente, se enamora.
Con el título de amor idiota, es fácil deducir que el enamoramiento de la cinta de Ventura Pons (y basada en el libro de Lluís-Anton Baulenas) no va a ser inteligente. Pero lejos de quedarse ahí, avanza por las profunidades de lo patológico. Defendible bajo la idea de la ilógica del amor, su obsesión enfermiza le lleva a una actitud de seguimiento y espionaje donde todo podría acabar pasando menos aquello que es lógico, y al más puro estilo Átame se forma finalmente un romance basado en tomas y más tomas de copula con la antes felizmente casada Sandra (interpretada por Cayetana Guillén Cuervo).
A la falta de pulido estético y anunciado antiformalismo de esa cámara de corte parkinsoniano, que en no pocas ocasiones roba jugo a planos en que los protagonistas podrían decir más con sus gestos si pudiera versele con tranquilidad mostrando su interior, se le añade que lo filmado es una mezcla de historia con algo de prosaico y algo de absurdo, con abusos de voz en off insertos en tono de intelectualidad autocomplaciente divagando en varias direcciones. En ejemplificativo diálogo con su mejor amigo, el personaje de Millán contrapone su amor ridículo e inevitablemente cursi con la visión abiertamente desencantada de su replicante. Éste no duda en compararlo con el americano y su visión inocente e inmadura de la vida, en algo que se intuye un mensaje sobre el tono de la cinta que parece pretender por algún motivo dar lecciones. Lejos de dar peso a su opinión, el enamoramiento sigue en la dirección marcada por el título.
Lo que podría calificarse de falta de lógica en su relación con Cayetana Guillén Cuervo, merece una justa atención por las reacciones humanas del trastornado obsesivo y la dura veleidosa. Concluyendo después en cualquier punto, a la trama le acompaña la muerte de una de las amistades del protagonista que se supone le afecta para mandar algún mensaje sobre la intrascendencia de la vida y la sustancia del amor. Con todo, acaba siendo una historia entre la sencillez y las reflexiones grandilocuentes con las que comulgar (o no), para atender a un amor productivo a pesar de obsesivo y, para que negarlo, idiota.