Más de hora y media de puro entretenimiento que sólo decae por las licencias, inverosimilitudes y maniqueísmos casi inevitables.
Cuando todos se asombran del enorme talento que parecen demostrar los creadores de series de TV que pergeñan argumentos policiales mezclados con pseudociencia y tensión sexual, resulta que en los años 70 el cine ya realizaba esas operaciones de modo mucho más digno como al adaptar con éxito mundial la historia de un astronauta que regresaba a la Tierra y veía como el mundo que había conocido no existía y la especie dominante eran... los simios.
Sí, por primera vez la esotérica revelación que parece esconderse tras la Teoría de la Relatividad de Einstein daba pie a un guión tan eficazmente rodado que sus secuencias inicial y final transforman a los adorados creadores de Lost en meros especuladores, mercaderes de la nada. Si a Pierre Boule, el autor de la novela original, se le llega a ocurrir poner las entonces recién inauguradas Torres Gemelas en lugar de Estatua de la Libertad en la escena final, ahora la cultura popular estaría hablando de un nuevo Nostradamus. Bendito Internet.
Afortunadamente, la realidad es mucho más pragmática. La repercusión y beneficios que produjo aquella película y sus secuelas durante más de una década eran un bocado delicioso en la actualidad, en un momento en el que al público no le parece extraño que le cuenten la misma historia una y otra vez, llámense secuelas, precuelas, reboots o remakes. Y más cuando esa historia guardaba un hueco por rellenar, algo que no se había contado aún: qué pasó exactamente en el espacio de tiempo desde que la Libertý 1 despegó hasta que el Coronel George Taylor (Charlton Heston) regresó y se encontró a los monos hablando.
Ya en 2001 Tim Burton realizó un primer acercamiento que vino a demostrar que su talento es limitado si el material no es de su cuerda. Por desgracia, no escarmentó y nos lo ha vuelto a demostrar varias veces más posteriormente. Abierta la posibilidad de abaratar los costes de producción y rodaje al recrear a los simios digitalmente, repetir la serie de películas sobre tan fascinante tema era más que posible. El guión encargado por 20th Century Fox a la pareja de experimentados guionistas Rick Jaffa y Amanda Silver era un filón donde se mezclaba el drama altruista con fondo científico, la trama carcelaria y el relato de aprendizaje sazonado con unas inéditas secuencias de acción urbana entre simios y humanos. 90 millones de dólares, casi 30 dedicados a promoción harían el resto.
El resultado es magnífico. Algo más de hora y media de puro entretenimiento que sólo decae por las licencias, inverosimilitudes y maniqueísmos casi inevitables al pretender contar la historia de la evolución de una especie en tan poco tiempo. Mas allá de sus defectos, que son grandes y numerosos, el resto es un espectáculo muy digno en el que apenas hay diálogos y la acción describe la historia sin retóricas, respetando la inteligencia del espectador. Una historia que engancha porque trasciende su propia finalidad: quién mira la pantalla no puede abstraerse de creer estar viendo el relato de la evolución humana contada para adolescentes, con el inevitable interés que esto despierta.
La contundente realización del desconocido Rupert Wyatt, la vibrante música repleta de percusiones de ambiente tribal a cargo de Patrick Doyle y, sobre todo, la asombrosa recreación del movimiento, gestualidad y miradas de toda clase de simios convierten esta película en la dignísima sucesora de la que en 1968 dirigiera Franklyn J. Schaffner, destinada también a crear una serie de secuelas que nos acompañaran, para bien o para mal, en los próximos años.