Algún día colgarán en nuestras carteleras casi tantas películas chinas como americanas. Hoy nos tenemos que conformar con una: La casa de las dagas voladoras. La consagración internacional que alcanzó su director con Hero, le ha abierto las puertas a las distribuidoras internacionales. Zhang Yimou es un realizador celebrado por su riqueza visual. En verdad, en La casa de las dagas voladoras despliega una auténtica exhibición de colores, escenas y planos. Visualmente, éste es probablemente el film más sobresaliente de la cartelera.
Hay muchas formas de estropear una buena película. Pero sin duda la peor de todas es hacer de su historia algo absurdo. En este film, los guionistas, el propio Yimou, Li Feng y Wang Bin, han sido capaces de encontrar una historia de amor original y desarrollarla durante un primer y segundo acto deliciosos. Takeshi Kaneshiro y Zhang Ziyi forman una pareja preciosa, mejor que Di Caprio y Kate Winslet. Si añadimos la plástica de Zhang Yimou parecería que nos encontramos ante una obra imposible de estropear. Error. Es posible romper cualquier cosa.
El último acto de La Casa de las dagas voladoras está inundada de giros de tantos grados que la historia revelada acaba siendo completamente incompatible con la historia original. Si nos hubiéramos quedado sin los 45 minutos finales habríamos salido del cine boquiabiertos. Si los hubiéramos visto por separado, tendríamos curiosidad por ver el resto del film. Pero juntos, decididamente, suman una historia rocambolesca y sin sentido que acaba dejándonos más fuera que dentro.