Según Quentin Tarantino, ésta cinta que reseñamos es la película mejor dirigida de la historia del cine.
Gracias a la propuesta veraniega de una cadena de cines en versión original se ha repuesto estos días esta emblemática película de Sergio Leone, perteneciente a lo que se ha dado en llamar “Trilogía del Dólar” o “Trilogía del Hombre sin Nombre”, junto a Por un Puñado de Dólares (1964) y La Muerte Tenía un Precio (65). Según Quentin Tarantino, ésta cinta que reseñamos es la película mejor dirigida de la historia del cine.
Es fácil entender la pasión de Tarantino hacia el estilo de Sergio Leone. El director de origen italoamericano se ha ganado a pulso un lugar en el trono de los mejores realizadores gracias a su inigualable destreza a la hora de sacar la mayor expresividad narrativa a los recursos más escuetos, algo que Tarantino ha perseguido enconadamente desde sus primeros títulos.
Más allá de esta habilidad, Leone representa el eslabón encontrado entre varias influencias que han marcando el séptimo arte para el resto de sus días. En él se cruzan el cine de samurais realizado por Akira Kurosawa (con el famoso plagio que realizó de Yojimbo (1961) en Por un Puñado de Dólares), con el estilo de los cineastas clásicos del western John Ford y Howard Hawks (sus planos generales y encuadres son de una gran precisión y grandiosidad), más apuntes del estilo televisivo (los primerísimos primeros planos, el uso del zoom) que ya formaba parte del conocimiento audiovisual de un espectador medio en los años 60.
Por si todo esto no fuese suficiente, El Bueno, el Feo y el Malo es en sí misma una obra redonda que va de menos a más (comienza con un primer plano y las andanzas individuales de sus protagonistas, termina con un plano general y el telón de fondo de la guerra norteamericana), refuerza el discurso de su autor (la inutilidad de los estamentos y organismos colectivos frente a la voluntad individual) y contiene tres magníficas interpretaciones a cargo de Lee Van Cleef, perpetuando su rol de malvado elegante; Eli Wallach, del que se acaban de conmemorar sus cincuenta años de profesión y doscientas películas con un Óscar Honorífico; y Clint Eastwood, un actor casi elegido al azar que construyó uno de los arquetipos más reconocibles del cine cuya influencia aún se puede rastrear cincuenta años después en la mitad de las producciones de cine y televisión de todo el mundo.
Aún hay más. Sergio Leone tuvo la inmensa fortuna de formar uno de esos escasos tándems entre cineasta y músico en los que es difícil distinguir cuál de los dos se beneficia del talento del otro. Algo que sucedió con Alfred Hitchcock y Bernard Herrmann o, más recientemente, con Tim Burton y Danny Elfman. Se trata de Ennio Morricone, amigo de la infancia del realizador, quién compondría la mayor parte de las inolvidables bandas sonoras de sus películas sin las que hoy día sería difícil concebir la relevancia de las mismas.