El concepto “transgresión” ha ido irremediablemente ligado a la carrera del cineasta francés François Ozon desde sus inicios. Odiado por unos o amado por muchos otros, la realidad es que sus obras provocan toda clase de reacciones, todas menos la indiferencia.
Si analizamos detalladamente su trayectoria, con sólo 37 años Ozon ha demostrado un talento innato en cada una de sus producciones, los personajes que pueblan sus películas( Sitcom,Gotas que caen sobre aguas calientes, Swimming pool) son una muestra de complejidad y patetismo difícil de digerir.
Su mayor aliciente reside en los continuos giros argumentales que proporcionan al relato una sensación decididamente abierta a toda clase de especulaciones acerca de la actitiud demostrada en los interlocutores. Algo así como una especie de “toma y daca” en el que el espectador toma las riendas de la historia puesto que será el encargado de juzgar las reacciones de cada uno de los personajes. Este juego es, sin duda, lo más estimulante de su filmografía, el debate que se crea a la salida de la sala de cine, aunque en alguna ocasión se haya tomado al libertad de dar rienda suelta a su locura más kitch(8 mujeres).
Con esta nueva propuesta, Ozon recurre a temas ya abordados en films anteriores, pero esta vez rompiendo la narración lineal, atractivo recurso que ya adoptó Gaspar Noe en el durísimo film Irreversible. El punto de partida ahora es reflejar el sentir pesimista (o realista según se mire) del cineasta en cuanto a las relaciones de pareja, enfocando para ello a cinco momentos en la vida de un matrimonio, comenzando éste mismo con el divorcio unido a un encuentro no demasiado agradable.
La progresión de la narración capta 4 capítulos más de la pareja: la boda, el nacimiento del hijo y el día que surge la chispa entre ellos.
Cada escena filmada añade una visión desconcertante en las vivencias de este peculiar dúo formado por Valeria Bruni Tedeschi y Stephane Freiss, intérpretes que realizan una notable labor delante de la cámara aunque su relación nos quede algo alejada. Esto quizá lo provoque la falta de hilo conductor entre una etapa y otra, instantes aislados que impiden la identificación con el espectador.
Ozon decide pues desmitificar las relaciones sentimentales a base de brochazos gordos, dejando para el último tramo el momento más feliz de todos, o mejor el único: el primer encuentro. Todo lo demás desaparece con el tiempo.