Nos ofrece los tópicos románticos de siempre con toques de vodevil a la italiana, dando pie a alguna que otra escena de auténtica vergüenza ajena.
Hay que seguir explotando la gallina de los huevos de oro como sea. Es lo que ha debido pensar Giovanni Veronesi, director en 2005 y 2007 de las entregas anteriores de esta saga, que tras dar una tregua a los espectadores regresa a la gran pantalla para ofrecernos tres relatos –en contraposición a los cuatro de las películas precedentes– sobre el amor en distintas épocas de la vida: la juventud, la madurez y la (relativa) vejez.
Abonado el terreno últimamente por las adaptaciones de las novelas de Federico Moccia y otros productos similares al que aquí nos ocupa, esta tercera parte de Manuale d’amore nos ofrece los tópicos románticos de siempre con toques de vodevil a la italiana (dando pie a alguna que otra escena de auténtica vergüenza ajena), apoyándose en una música empalagosa y poco sutil que en todo momento subraya los sentimientos que se nos pretende transmitir.
Las tres historias, enlazadas por un Cupido taxista metido a narrador –y por pequeños cameos de los personajes en los demás relatos–, apenas ofrecen sorpresas a nivel argumental, ya que en casi todo momento el espectador mínimamente avispado va por delante de lo que va a suceder. Así, el miedo al compromiso del primer protagonista no ofrece dudas sobre adónde le conducirá finalmente, dando pie a una historia cursi e insípida.
Tampoco resulta fresca la segunda parte, donde volvemos a presenciar un desarrollo parecido al de otros títulos de la saga, repitiendo además algunos de sus actores. Pese a todo, Carlo Verdone borda su papel de presentador televisivo echando una cana al aire. El tercer capítulo es el que asume un punto más dramático, abandonando la comedia bufa y otorgando sus roles principales a unos Robert De Niro y Monica Bellucci que están francamente entonados, aunque la historia tampoco es que sea especialmente recordable y la diferencia de edad entre ambos actores pese como una losa.
En resumidas cuentas, estamos ante un intento de estirar un chicle que ya ha perdido buena parte de su sabor. Hay determinados momentos en que las distintas tramas ganan algo de lustre –ya sea por un mayor acierto en el guión o por las tablas de algunos de sus intérpretes–, pero en líneas generales los clichés amorosos menos trabajados terminan por imponerse y resultan cargantes, empalagando a quienes no vayan predispuestos a comulgar con ese tipo de sentimentalismo. Asismismo, a fuerza de ir sumando minutos básicamente inanes, la cinta se acaba haciendo larga y alcanza dos horas de metraje no excesivamente necesario. No aporta nada al género, y sólo satisfará a los seguidores menos exigentes de esta clase de producciones.