El resultado es pobre artísticamente, incluso por debajo de la cinta original.
El escritor Robert E. Howard ideó a Conan, el Bárbaro, para una serie de relatos que se publicarían en la revista pulp Weird Tales. Su creación del personaje y de todo un mundo imaginario alrededor, la era Hiboria, a medio camino entre los códigos del western y el terror de los seres primigenios de H.P. Lovecraft, cuajó bien entre los lectores que encontraron en Conan otro prototipo del héroe américano: voluntad y honor por encima de las leyes e instituciones, picardía para la supervivencia diaria, hedonismo...
Veinte años después de su creación, el nunca suficientemente valorado productor Dino De Laurentiis ideó llevarlo al cine encargando el proyecto al excelente guionista y director John Millius, responsable de algunas de las ideas que surcan hoy día la representación de la violencia en el cine. Encarnando a Conan estaría Arnold Schwarzenegger, un entonces desconocido culturista de origen austríaco que empezaba a trabajar en el cine. Para representar la geografía de la era Hiboria y sus reinos se eligieron los escenarios naturales de Almería y Cuenca. La banda sonora la escribió Basil Poledouris y es considerada un hito en la utilización orquestal y de coros para cine.
Aquella cinta popularizó un género de espada y brujería que contaría con varias secuelas y que iría degenerando paulatinamente en producciones de escasa calidad hasta casi desaparecer en nuestros días. La llegada de una nueva generación de espectadores y el ánimo de renovar antiguos éxitos con las nuevas tecnologías digitales han hecho resucitar a este héroe cimerio, esta vez en los dos metros de carne y músculos del ex-modelo hawaiano Jason Momoa, que revive sus andanzas de la mano de Marcus Nispel, un realizador de origen alemán que ha dado muestras de habilidad en el cine de acción y aventuras en la estimable El Guía del Desfiladero (2007).
El resultado es pobre artísticamente, incluso por debajo de la cinta original, (excluyendo la calidad de la música de Poledouris), aunque la faceta técnica, como casi en todas las producciones estadounidenses, es notable. Momoa muestra una capacidad interpretativa tan limitada como la de su antecesor, pero el talento de Nispel como realizador y de los actuales guionistas está lejos del que demostró Milius. Las secuencias en esta reedición de las aventuras de Conan son arbitrarias y su línea argumental, tremendamente previsible, limitándose a la alternancia de acción con narración sin ánimo de sorpresas ni giros dentro de la consecución de hechos que ya conocemos. Por desgracia, las siempre estimulantes aportaciones de Ron Perlman, Rose McGowan y Stephen Lang en esta ocasión no son especialmente destacables, más cuando están al servicio de una rutinaria puesta en escena.
Aún así, esta revisión de Conan tendrá un buen taquillaje gracias a una eficaz campaña publicitaria y el halo que aún mantiene el personaje en la cultura popular. Lo que no esperábamos era echar de menos a Arnold Schwarzenegger como actor... e incluso a Jorge Sanz.