Contiene todos los buenos ingredientes que debe tener el cine indie.
El Perfecto Anfitrión es la ópera prima del guionista y director Nick Tomnay tras un periplo de 10 años buscando debutar en el largometraje. Esta cinta es la revisión de su primer y único corto, The Host (El Anfitrión), que fue bien recibido en el Festival de Tribeca y galardonado en su país de origen, Australia.
Sin abandonar su trabajo como realizador publictario, Tomnay fue escribiendo el guión mientras se trasladaba a New York para impulsar su carrera. Tras el interés sin fruto de un par de productoras, su propia agente se animó a producirlo junto con Mark Victor, un veterano productor que combina el cine comercial (Poltergeist, Gran Bola de Fuego, Sleepwalkers...) con el cine independiente (Falling).
El Perfecto Anfitrión contiene todos los buenos ingredientes que debe tener el cine indie: un sólido y sorprendente guión, un presupuesto muy bajo (se rodó en tres semanas y casi en una sola localización) y un actor o actriz que atraiga al público y los distribuidores, en este caso, David Hyde Pierce, el memorable Dr. Crane de la serie Fraser.
Lejos de modas o reivindicaciones artísticas o anticapitalistas, el auténtico valor del cine indie reside en su capacidad para renovar o hacer saltar los parámetros cinematográficos que el cine comercial no se atreve a romper por miedo a perder público. Tomnay hace gala de esa ambición y, desafiando las limitaciones de presupuesto, ofrece un guión en el que hay hasta cuatro giros en su argumento frente al habitual único giro final que suele ofrecer el cine comercial más reciente.
Para los menos cinéfilos diremos que el giro, como su nombre indica, es un recurso narrativo por el cual el argumento cambia de sentido haciendo ver que lo narrado hasta el momento no es tal y como parecía: el malo resulta no serlo o el bueno está ocultando otras intenciones más perversas... uno de esos trucos que cierran las películas dejando un poso de satisfacción en el espectador por el dinero invertido. Su abuso ha sido tan grande en los últimos tiempos que ahora resulta predecible en muchos estrenos.
Si bien Tomnay hace gala en esta cinta de un buen conocimiento del manejo del recurso aplicándolo con gran sentido del humor, su uso continuado tiene el peligro de dejar cabos sueltos y caer en múltiples inverosimilitudes al forzar las costuras que tejen una trama sólida. Aún así, los excesos y defectos se le perdonan a esta película rodada con eficacia en vídeo digital que en ningún momento resulta un plúmbeo ejercicio de autoría, sino la sencilla demostración del solvente manejo de las herramientas del lenguaje cinematográfico.