A la vista de todo a lo que debía enfrentarse Constantine por mercer algo de respeto, véase la mala tradición de trasvase desde comic, el equipo técnico de experiencia marcadamente visual, un protagonista que no se aproxima en nada a su homónimo en tinta, y una historia que al mínimo descuido se va por lo incoherente, la gesta del salto a película se plantea como mucho mayor que el reto de enfrentarse a los diablos de la tierra en la tenebrosa lucha de su protagonista.
En lo que se refiere a sus responsables, su director viene de la realización de videoclips (Justin Timberlake, Shakira, Britney Spears, Janet Jackson o Aerosmith) y comienza aquí su andadura en largometraje en una presumible función de títere de productores. Cuenta con el director de fotografía Philippe Rousselot, actualmente embarcado en el último trabajo de un perfeccionista de la estética como es Tim Burton en Charlie y la fábrica de Chocolate, y refuerza así la idea de que todo se va a ir por la imagen. Pero es que la idea no se o atenúa desde el equipo de guión. A Kevin Brodbin, cuyos mayores logros son una de Steven Seagal (Glimmer Man) y El Cazador de Mentes (estrenada el pasado verano, empieza tan bien como torpemente se pierde entre giros) se le une Frank Capello, que lleva gran parte de su vida creando efectos especiales con los que se inició en el mundo de la publicidad, y que luego ha escrito Suburban Commando para aquel extraño producto de lucha libre que era Hulk Hogan. Dicho todo esto ¿queda alguna posibilidad para la historia?
Lo más lógico pues es que una personalidad como la del todopoderoso Alan Moore, creador del cómic original y cuya obra magna Watchmen va dando vueltas por salas de producción en búsqueda de la oportunidad para la más que posible humillación definitiva, no sólo expresara su total desacuerdo con guión y elección de protagonista si no que impuso que su nombre no apareciera en los títulos de crédito (aunque posteriormente se afirmó que renegaba de poner su nombre ya que el argumento se inicia con la base de los guionistas Jaimie Delano y Garth Ennis y por ello no es cosa suya).
No obstante, el verdadero y auténtico problema de la cinta se presentará para aquellos que no tengan la suerte de haber leído algunos de sus cómics y que juzgándola por separado –cuando en tanto depende de su fuente original– no sabrán captar cómo la historia de base religiosa se trata con tanta épica como seriedad en papel, y cómo la lucha encarnizada con los acólitos del diablo queda sin esa base reducida en la gran pantalla a una simplista batalla de corte vampírico a base de amuletos y personajes que aparecen de forma repentina y brusca, obligados por el tiempo del metraje.
De lo dicho antes sobre sus integrantes sí se puede deducir el buen acabado visual que en su toque de cine negro y sus memorables saltos al infierno recoge algo del ambiente en que Keanu Reeves, con otro color de pelo, otra complexión y un carácter suavizado en su dureza atormentada, no es el estorbo que muchos habrían visto, por más que no llegue a ser Constantine. Juzgándola pues en sus dificultades, en la práctica imposibilidad en que sólo un ejercicio de malabarismo privilegiado habría evitado la vulgarización de esa lucha de corte bíblico, Constantine es un espectáculo de casi dos horas que resultará interesante algunos de sus lectores, por más que blasfemo para otros.El público medio podrá aferrarse a ella como a otro producto de corte ficticio en el que añorará más carga de acción, y del que no sabrá captar la herencia de una obra que como todas los de su creador es referencia obligada.