Pocas franquicias cinematográficas actuales pueden presumir de haber sumado tantas entregas sin variar apenas los elementos que la dieron a conocer.
Once años han pasado desde que se inaugurara la saga de Destino final, y lo cierto es que pocas franquicias cinematográficas actuales pueden presumir de haber sumado tantas entregas sin variar apenas los elementos que la dieron a conocer.
En esta quinta parte volvemos a encontrarnos con un grupo de personajes –compañeros de trabajo en la misma empresa para más detalles– que sobreviven a un terrible accidente en un puente colgante gracias a la premonición de uno de ellos. A partir de ahí la muerte comenzará a darles caza uno a uno, siguiendo el riguroso orden en el que deberían haber perecido y orquestando unas elaboradas escenas para provocar su paso al más allá.
Como apuntábamos en el primer párrafo, pocas novedades o sorpresas podemos esperar. Los elementos están situados igual que en las películas anteriores, los personajes están tan estereotipados como los protagonistas previos –y sus diálogos vienen a ser tan inanes–, el ritmo viene a ser más o menos parecido al plasmado en los títulos precedentes... Para colmo, se incide de nuevo en los aspectos más salvables –el hábil aunque tramposo mecanismo de relojería que conforman algunas de las muertes–, pero también se sigue bordeando el ridículo buscando el morbo y la sangre fácil, que mueven a menudo a la risa del respetable en la sala de proyección.
Insistiendo en recurrir al 3D, táctica a la que se sumó esta saga en la cuarta parte, el arranque de la cinta se entrega a un frenesí de objetos que surgen de la pantalla, volviéndose más tediosa también en ese aspecto a medida que la trama deja bien a las claras que los responsables de este film no se quieren apartar ni un milímetro de las premisas básicas de la serie, no sea que los espectadores que esperan exactamente lo mismo que en los cuatro títulos anteriores sientan la tentación de no pagar por verla.
Pese a que hay quien ha querido ver una cierta revitalización de la saga –algo de cierto existe en la afirmación, aunque el nivel previo era tan bajo que poco mérito le podemos conceder al director debutante Steven Quale–, lo cierto es que de nuevo estamos ante una historia de suspense funcional excesivamente previsible, orientada básicamente a satisfacer los paladares visuales de adolescentes hormonados, y casi totalmente intercambiable con cualquiera de los títulos precedentes de la saga. Como curiosidad, eso sí, es digna de mención una conclusión con un detalle que supone un sabroso guiño a los seguidores de esta terriblemente rutinaria serie de historias de terror.