La atmósfera lúgubre de esta nueva "Noche de Miedo" puede achacarse sin duda a su modesto presupuesto, pero también a una intención crítica por parte de su realizador.
Pese a momentos inquietantes, esta nueva Noche de Miedo es prescindible en sí misma considerada. Ahora bien, como recreación del film escrito y dirigido en 1985 por Tom Holland, nos ha parecido fascinante. Hasta el punto de estimarla uno de los remakes más significativos producidos en los últimos años junto a Amanecer de los muertos, Las colinas tienen ojos, La última casa a la izquierda y Let Me In.
La cinta de Holland giraba en torno a Charley, un fan adolescente del terror gótico cuyo nuevo vecino resultaba ser un vampiro centenario que ponía en peligro los cuellos de su madre, su novia y su mejor amigo. Premisa narrativa que propiciaba una atractiva reflexión sobre la pervivencia del mórbido chupasangre cinematográfico a la Hammer en los domesticados Estados Unidos de los ochenta (época en cierto modo reedición de los igualmente insípidos cincuenta, como ha insinuado Super 8).
Jerry, un vampiro fruto de pasar a Terence Fisher por el filtro de John Badham, había de afrontar en la primera Noche de Miedo una cotidianeidad que había transformado los decorados de La ventana indiscreta y Psicosis en los de una comedia de situación, con la televisión de madrugada y el frikismo como residuales vías de escape.
La Noche de Miedo realizada en 2011 por Craig Gillespie arrambla de manera muy explícita con la naturaleza amigable de los personajes, el arquetípico suburbio residencial, los meandros dramáticos, las conexiones emocionales, el pasado; en definitiva, con el simulacro de un universo plácido y reconocible que violentaría transitoriamente la ficción.
Charley y Jerry luchan ahora en los arrabales de Las Vegas, el no-lugar por excelencia. El joven desecha a sus antiguas amistades con el fin de mantener contra viento y marea un estatus social que ni él mismo se explica; la entrañable vieja gloria que le ayudaba en 1985 ha pasado a ser una criatura digna de Sálvame; y el vampiro no tiene sirviente y se comporta como un asesino en serie. El relato transcurre al amanecer, al atardecer o en plena noche en aceras despobladas, descampados desiertos y aulas que van despoblándose día a día...
La atmósfera lúgubre, pre-apocalíptica de esta Noche de Miedo puede achacarse sin duda a su moderado presupuesto, pero también a una intención crítica por parte de su director. En la serie United States of Tara y los largometrajes Lars y una chica de verdad y Cuestión de Pelotas, Gillespie ya había hecho gala, si bien en clave humorística, de una sensibilidad muy especial a la hora de violentar espacios representativos familiares, que en esta ocasión lleva al extremo.
Hasta tal punto, que su Noche de Miedo podría emparentarse, antes que a la película original, a Kairo (Kiyoshi Kurosawa, 2001) y su inevitable remake, Pulse (Jim Sonzero, 2006). La película de Kurosawa ha sido definida como una "exploración filosófica en la alienación y soledad de la existencia contemporánea" y, con todas las reservas que se quiera, exactamente lo mismo podría decirse de la que nos ocupa.
El terror que despierta Noche de Miedo tiene menos que ver con las andanzas vampíricas de Jerry que con la constatación de que el mundo al que ha decidido chupar la sangre, el nuestro, está agostado creativa, social y espiritualmente hablando.