Un niño de diez años es la supuesta reencarnación de un hombre que reclama a su esposa. Ahí es nada. La crisis del nuevo compromiso matrimonial en marcha, las atónitas miradas de los allí presentes y la forma en que la incrédula viuda trata de aceptar la situación, es lo que posteriormente se recoge sin prisas y con pausas en Birth.
En la trama, el hecho místico-delirante, es la película en sí misma. El desarrollo argumental se limita a su idea, al impacto emocional, a la cara de asombro. Sólo ocasionalmente los personajes expresarán algo más que silencios, un exceso de miradas vacías en que su realizador pretendía servir huecos que llenara el espectador. Las pretensiones de genialidad, no hacen si no encubrir una pereza poco eficaz. Hasta Nicole Kidman, hermosa sin sus habituales melenas, es un recurso desaprovechado limitado a la contención. Aunque sea ella la que da algo de credibilidad a sus dudas, la que no logra lo ridículo del contraste del niño marciano como futuro consorte recuperado del más allá.
Mientras, con excesiva calma la rareza pasea de unos a otros, se especula con la investigación, la familia sigue en el desconcierto y todo cada vez parece más claro: el tiempo sigue pasando, la dirección sigue indefinida libre de suspense, desprovisto del suficiente drama y caminando a cualquier parte entre -una vez más- miradas perdidas, y emociones contenidas.
El realizador Jonathan Glazer, autor de Sexy Beast en el 2000 y proveniente de la publicidad de primera fila y de los videoclips de grupos como Radiohead, Jamiroquai, Blur y Massive Attack, se desenvuelve mal en el metraje largo. El culebrón post-mortem que monta interesa poco, amuerma al público y sólo un esporádico interés por la forma en que podría relacionarse el personaje de Kidman con el chico no es suficiente, más dentro de su lenta irrealidad, para mantener los ojos abiertos. La imagen pedófila junto al mito Kidman en base a creencias religiosas se moldea con tanta desgana que la suave atmósfera de misterio se convierte en un poderoso somnífero, por más que el desenlace se reserve algo con lo que tratar de justificar la historia. Algo poco interesante, todo sea dicho.