Una cinta notable y plagada de emociones.
Son muchos los espectadores a los que el cine francés les resulta molesto por su carácter discursivo y contemplativo. Sin embargo, estas características lo hacen idóneo para acercarse con sensibilidad a determinados temas que en otras cinematografías resultarían plúmbeos o panfletarios. Uno de ellos es la formación de los jóvenes en la adolescencia. Películas como Hoy empieza todo (Bertrand Tavernier, 1999), La clase (Laurent Cantet, 2008) o la mítica Los 400 golpes (François Truffaut, 1959) son muestras de la atención que los cineastas franceses prestan a este asunto, habitualmente con buenos resultados.
Sin embargo, Stella no trata exclusivamente acerca de las dificultades educativas de una niña de clase baja. Se trata más bien de un retrato íntimo, autobiográfico según palabras de su directoria y guionista Sylvie Verheyde, de alguien que se siente ajeno tanto al ambiente escolar como al de su propio hogar, donde no es capaz de encontrar las referencias deseadas sobre las que apoyarse para la formación de carácter y inteligencia. En este sentido, hay que celebrar que la autora haya encontrado el tono perfecto para dar voz a la preadolescencia de Stella que muestra su desconcierto y falta de conexión con todo lo que le rodea.
Gran parte de la eficacia del relato recae en dos decisiones creativas que logran fijar su intensidad y credibilidad. Una de ellas es la elección Leóra Barbara como protagonista, una actriz primeriza que destila sutileza e inteligencia observadora en cada gesto. La otra es la afinada realización que sitúa la cámara a la altura de la protagonista logrando para el espectador la visión distorsionada y extraña que percibe de los adultos. Si añadimos a ello el uso de la cámara en mano y los primeros planos para retratar el mundo caótico del bar donde vive frente a los encuadres fijos y planos medios para el ambiente escolar, la ecuación para que se logre transmitir lo narrado queda más que resuelta.
Sobre estos recursos manejados con solidez se añaden otros dos elementos que refuerzan la transmisión emocional. El uso de un montaje que evita cualquier crudeza ya percibida en los diálogos y la elección de determinadas canciones en la banda sonora que progresan en el metraje desde la ambientación de época, finales de los 70, hasta convertirse en la expresión sentimental de la protagonista.
Una cinta notable, en resumen, y plagada de emociones que traza el mapa de supervivencia de una preadolescente gracias a su intuición e inteligencia, la amistad, las novelas de Balzac y la capacidad de un sistema educativo que distingue situaciones individuales más allá de los resultados académicos.