Un trío de agentes del Mossad, dos hombres y una mujer, persiguen a un criminal de guerra nazi en el Berlín Este de 1966. Aparentemente su misión se completa con éxito, de ahí que veamos a dos de ellos ya en 1997, convertidos en héroes gracias a sus acciones, un ajuste de cuentas del pueblo judío hacia sus torturadores y asesinos. Ahora bien, ¿qué fue del tercer agente?
La deuda posee un comienzo intrigante, con una enmarañada sucesión de imágenes y saltos temporales que abren múltiples caminos narrativos. Por suerte la desorientación inicial desaparecerá, y encontraremos todas las respuestas a los enigmas planteados en un momento u otro de este film.
Básicamente estamos ante un thriller dramático que se mueve en dos escenarios temporales claramente diferenciados. Por un lado somos testigos de la importante y tensa misión de los agentes israelíes –con todas las implicaciones políticas que conlleva, pero también con algún que otro añadido más convencional, como por ejemplo el triángulo amoroso que se establece entre ellos–, y por otro saltamos tres décadas más adelante para comparar la versión oficial de los hechos con lo que realmente sucedió, así como para analizar las complicaciones éticas y psicológicas implícitas a una acción de este tipo, plasmadas en las secuelas que los protagonistas arrastran.
Remake de una cinta israelí dirigida por Assaf Bernstein, lo que encontramos aquí es un trabajo solvente de guión, ambientación y actores. Sobrevuela todo el metraje un aire bien conseguido de pesadumbre e insatisfacción, corriéndose con ello también el riesgo de provocar la frialdad en los espectadores. Las interpretaciones rinden a un buen nivel, aunque sólo sea por el lujo de contar con Helen Mirren y Tom Wilkinson, así como una prometedora Jessica Chastain (lo de la inexpresividad de Sam Worthington, sin embargo, cuesta de explicar). Otra cosa es que logramos sentir la empatía necesaria por los protagonistas en las dos épocas en que presenciamos sus actos, o que se vea una evolución creíble entre sus personalidades más jóvenes y las maduras.
Nos queda la duda de si otro realizador que no fuera John Madden (Shakespeare in love, La mandolina del capitán Corelli) hubiera conseguido forjar un relato más consistente y que, pese a su estilo sombrío y pausado –homenaje a las cintas de espionaje de los años 70–, transmitiera un grado mayor de emoción hacia los sucesos narrados e implicara más activamente a un público que tal vez acuse la frialdad que comentábamos antes. Y ya puestos a pedir, a esta historia tampoco le vendría mal una resolución menos convencional que la ofrecida en último término, evidentemente orientada a satisfacer a un público general.