Un año después de haber sido candidata al Oscar en la categoría de mejor película extranjera, llega a nuestras pantallas la producción del septuagenario director japonés Yoji Yamada (responsable de la saga cinematográfica Tora-san la cual abarca mas de cuarenta títulos desde 1969) que, partiendo de varias novelas del escritor Shuuei Fujisawa, narra una historia de samuráis de finales del S.XIX un tanto atípica, al menos para lo que en occidente estamos acostumbrados a ver en dicho género.
El film nos presenta a Seibei Iguchi (Hiroyuki Sanada, visto en The Ring), un samurai del rango mas bajo al que la muerte de su esposa ha dejado al cargo de sus dos hijas menores y su senil y anciana madre. Sin apenas recursos y casi en la miseria se ve en la obligación de sacar adelante a los suyos dejando de lado las actividades propias de un guerrero, lo cual provoca la burla de sus compañeros que le imponen el despectivo apodo de Ocaso mientras intenta reencontrar el amor en la figura de su amiga de la infancia Tomoe (Rie Miyazawa).
Los espectaculares combates y los retratos acerca del honor y la valentía en batalla habituales en este tipo de historias se ven reducidos aquí a la mínima expresión, para dejar paso al drama intimista y de superación personal. Algo que, para entendernos, acercan a la cinta más hacia un registro en la onda del Yasujiro Ozu de “Cuentos de Tokio” que al Akira Kurosawa de “Yojimbo”, y que por tanto deja de lado la imagen arquetípica y endiosada del noble guerrero nipón para centrarse de la forma mas verista posible en el dia a dia del protagonista por sacar adelante a los suyos.
Esa postura da pie a realizar una cuidada reconstrucción de las costumbres y elementos de su periodo histórico, de forma paralela a la que retrata las convenciones sociales del momento a través de la relación del protagonista con Tomoe, cuyo amor es reticente a aceptar debido a la gran diferencia de ambos en el escalafón social pese a la evidente atracción mutua entre ambos.
Sin embargo, y aunque por lo anterior parezca desacertada su pertenencia al género, también reflexiona acerca de la figura del samurai y las obligaciones de estos hacia sus señores contraponiéndolas a los intereses personales del guerrero, lo cual se hace patente con la obligación del personaje de dejar de lado su labor guerrera para dedicarse a sacar adelante a su familia. Más cuando a lo largo del metraje se verá obligado a retomar una responsabilidad que ya no puede o no quiere ejercer, con alguna escena que enfrenta ambos caminos y a la que se da un repentino tono sombrío que recuerda, tanto por la forma como por el contenido, al primer encuentro entre Willard y Kurtz en Apocalypse Now.
Igualmente, aunque de forma mas secundaria, Yamada también medita acerca del fin de la era de los samuráis con la llegada del progreso que trae el S.XX y la apertura a occidente, reflexión que una vez percibida otorga un doble significado al título.
Con un estilo claro y pausado que en ocasiones adquiere rasgos propios de un lienzo antiguo, el realizador ofrece pues una particular mirada al género del chambara a la cual parece haberle cogido el gusto ya que su nuevo trabajo, estrenado en el reciente festival de Berlin, ahonda en la misma temática.