MARTES, 11 DE OCTUBRE
Las películas redimen la miseria humana. O, al menos, permiten aprehenderla con una compasión que ennoblece el desprecio que suscita presencialmente.
Es algo que se pone de manifiesto sobre todo en los festivales de cine. Esos eventos en los que uno está deseando compartir la pasión por el séptimo arte, por la cultura, con sus homólogos, los “escritores cinematográficos”, y que acaban obligando a atrincherarse en las salas y repeler cualquier conato de aproximación personal.
Iluminado literal y metafóricamente por la pantalla, uno puede asistir a experiencias tan reveladoras sobre el tema descrito —y muchos otros— como El caballo de Turín (en la imagen; Sección Oficial Fantástica – Panorama); monumental película del húngaro Béla Tarr acreedora con toda justicia de los premios del Jurado y FIPRESCI en la última Berlinale.
Tarr es sobradamente conocido en el ámbito cinéfilo por sus películas de gloriosa planificación, larguísimos metrajes —la palma se la lleva Sátántangó (1994): siete horas— y hondas inquietudes existenciales y socioculturales.
En El caballo de Turín, Tarr emplea 150 minutos (divididos en solo 30 planos) para apropiarse de una célebre anécdota en torno al filósofo Friedrich Nietzsche y fabular a partir de la misma un fin de mundo que, como sucedía en la citada Sátántangó y en Armonías de Werckmeister (2000), debe entenderse como réquiem por una concepción de la imagen.
A través de un proceso formal arduo, de megalomaniaca coherencia, que tiene tantos puntos en común con la Estética de la Resistencia de Peter Weiss como con el teatro del absurdo, Tarr concreta un apocalipsis en marcha, un gran espectáculo catastrofista con la única ayuda de dos actores, una granja y un caballo.
Las ecos pictóricos y cinematográficos y la obsesiva banda sonora de Mihály Vig terminan por conformar un artefacto artístico de intensidad trágica sobrecogedora. Como apuntábamos al principio, viendo El caballo de Turín es imposible no sentir piedad por el sinsentido y los errores de la existencia humana; por nosotros mismos.
Podría pensarse que el resto de la jornada resultaría superfluo con tal precedente, pero nada más lejos de la realidad. Por ejemplo, The Moth Diaries (Sección Oficial – Panorama) también es una excelente película.
Dirigida por la canadiense Mary Harron (I shot Andy Warhol, American Psycho) a partir de una novela de Rachel Klein, The Moth Diaries ha sido recibida allá donde se ha proyectado con malas críticas. Una vez vista, tenemos la impresión de que se debe a que, en el panorama cinematográfico actual, es una película más marciana y hasta subversiva que muchas otras etiquetadas como tales por la parroquia friki/alternativa.
Básicamente, The Moth Diaries es una historia de obsesión adolescente con la vida, la muerte y el sexo, y también una historia de fantasmas con modelos tan trasnochados (y explícitos en la ficción) como Sheridan Le Fanu y Henry James.
La progresiva fijación de una alumna de un estricto instituto con otra que le ha robado a su mejor amiga se desarrolla de acuerdo con ciertas literalidad y aspereza (puede que por cortes en el montaje). Pero, por otra parte, está llena de delicadeza, y transmite de sobra la morbidez y el malestar que se pretende.
El reparto, básicamente de actrices jóvenes, es magnífico, como lo es la convicción con que Mary Harron concreta un argumento siempre al filo del ridículo. Posiblemente, The Moth Diaries será una película de culto, y lo será justo por no serlo para quienes suelen colgar a las películas esa etiqueta.
También tiene pinta de futuro hito del fantástico cotidiano la producción brasileña Trabalhar Cansa (Sección Oficial a Competición), realizada a cuatro manos por los brasileños Juliana Rojas y Marco Dutra.
Trabalhar Cansa narra cómo una mujer cuyo matrimonio pasa por dificultades monetarias decide abrir un supermercado en la superficie donde antes hubo otro. Mientras la crisis económica se ceba con ella y su pareja y su carácter se agria por ejercer como patrona, va desvelándose un misterio siniestro albergado por el local que ha ocupado su mercado.
La cinta de Rojas y Dutra aspira esencialmente a ser una fábula sobre ese mundo nuestro en el que, como escribió Tony Judt, “algo va mal”, aunque no sepamos explicar qué, lo que nos lleva al desasosiego e incluso a percepciones anormales, inquietantes, de lo real.
A veces Trabalhar Cansa delata sus artificios, y adolece de esa mala conciencia en el uso del fantástico que caracteriza a las producciones trascendentes que lo emplean para sus propios fines. Pero, en general, se trata de un comentario crítico muy atractivo sobre nuestro presente, que requeriría de un análisis mucho más detallado que esta simple reseña.
Y cambiamos radicalmente de tercio, aunque no abandonamos el terreno del buen cine. The Raid (Sección Casa Asia) es una salvaje cinta de acción indonesia cuyo guión cabe en una tarjetita: un escuadrón policial se dispone a acabar con un criminal encastillado con sus secuaces en un edificio suburbial, pero los cazadores pasan a ser cazados.
Lo que no cabe en una tarjetita es el estilo más que efectivo y despiadado con que el realizador Gareth Evans (Samurai Monogatari, Merantau) materializa lo que bien podríamos definir como una combinación de Jungla de Cristal y Black Hawk Derribado con una sobredosis de artes marciales.
Sería absurdo pedirle a The Raid que fuese convincente en sus retruécanos dramáticos y críticos a costa de problemas familiares y corrupción policial. Su importancia, su discurso, reside en la avalancha de estilosos acribillamientos, acuchillamientos, roturas de brazos y cuellos, explosiones en cocinas, arrojamientos de cuerpos por ventanas y huecos de escalera…
Estábamos echando de menos en este Sitges una experiencia adrenalítica como The Raid, y mucho nos tememos que, faltando solo cuatro días para que concluya la edición, no habrá otra. Razón de más para haberla disfrutado de la manera más irracional, primaria posible.
No dejemos para otra crónica, aunque nos limitemos a recomendarla ya que se estrena en nuestro país en breve, Jane Eyre (Sección Oficial – Panorama); nueva versión de la novela homónima de Charlotte Brönte que, insospechadamente, el director Cary Joji Fukunaga (Sin nombre) lleva a muy buen término con la ayuda de unos estupendos Mia Wasikowska y Michael Fassbender y por seguir la senda del naturalismo romántico que practicó hace poco Jane Campion en la magistral Bright Star.
LUNES, 10 DE OCTUBRE
Reza el dicho que después de la tempestad llega la calma. Cuando la tempestad ha sido una película tan extrema como Anticristo, la calma solo puede ser algo parecido a Melancolía (en la imagen; Sección Oficial Fantástica – Panorama), primera propuesta de esta jornada que nos merece un comentario.
El genial(oide) cineasta danés Lars von Trier continúa ajustando cuentas particulares con el mundo. Aunque la desesperación que emanaba de cada plano de Anticristo haya dado paso a una supuesta melancolía, una tristeza serena, que en la práctica no llega a tanta magnificencia, quedándose en cuadro casi clínico de depresión.
Kirsten Dunst encarna impecablemente a Justine (referencia inteligente a uno de los textos más célebres de Sade), una mujer incapaz de llevar a buen puerto la cotidianeidad, presa de un desvalido estado anímico cada vez más límite. Lo que, sin embargo, le permitirá afrontar sin despeinarse un suceso apocalíptico que barre con el pragmatismo y la hipocresía que había caracterizado hasta entonces a sus insensibles familiares.
Melancolía pretende ser un apólogo moral sobre la futilidad y hasta podredumbre de las aspiraciones humanas comunes, tan reaccionario —probablemente acertado— como los promulgados por la severa escuela pictórica flamenca.
Por desgracia, falta en ella como ya hemos escrito altura de miras, cierta piedad, así como una mayor elaboración artística del argumento; que, tal y como se expone, peca de superficial y reiterativo.
Comparar El árbol de la vida y Melancolía, películas con ciertos paralelismos, da cuenta del carácter creativo enrabietado y mezquino de Von Trier, cuando no de un cuadro constatado de padecimientos psicológicos diversos. Melancolía bien podría cambiar su título por el de Retrato de un artista adolescente… o Arkham Asylum.
También cine (o televisión) de autor es el representado por la directora francesa Catherine Breillat, de quien se han programado en esta edición de Sitges dos producciones auspiciadas por el canal ARTE: La bella durmiente (Nuevas Visiones - Ficción) y Barba Azul (Sección Seven Chances).
Breillat ya había manifestado en realizaciones polémicas —y no demasiado estimulantes— como Juego nocturno (1979) y Romance (1999) una perspectiva de género desinhibida, beligerante, que, en las cintas que ahora nos ocupan, imbrica con inteligencia en la dinámica de los cuentos tradicionales homónimos.
De esta manera, La bella durmiente (excelente) y Barba Azul (también muy recomendable) devienen lecturas de los clásicos naturalistas y libérrimas, llenas de apuntes maliciosos sobre el papel en ellos de los personajes y los lectores femeninos y los roles de poder y sumisión entre sexos, y reveladoras de los efectos ambivalentes que la ficción desempeña en nuestra manera de estar en el mundo.
Y, para desintoxicarnos de tanta intelectualidad, nada mejor que dos thrillers brutales, procedentes cómo no de las efervescentes y competitivas cinematografías asiáticas. La hongkonesa Revenge: A Love Story (Sección Oficial Panorama – Casa Asia) y la surcoreana The Yellow Sea (Sección Oficial Fantástica a competición).
Revenge: A Love Story, dirigida por Wong Ching-po, es una intriga retorcida y de ambiguo discurso moral sobre varios policías que empiezan a ser víctimas junto a sus familiares de las despiadadas agresiones de un aparente psicópata.
Hay en la cinta de Ching-po mucho de artificioso, retórico y efectista. No es una película que deje un poso profundo en el espectador como, para entendernos, la reciente y excepcional I saw the devil. Aun así, sería absurdo no reconocerle su efectividad primaria y sentimental, su habilidad para traer por la calle de la amargura al espectador.
Más redonda, en cualquier caso, es The Yellow Sea.
Con su ópera prima, The Chaser (premiada en Sitges 2008), el director Na Hong-jin convertía la persecución de un serial killer por parte de un chulo a lo largo de varias horas en los suburbios de una gran ciudad en un agotador tour de force para el público.
En The Yellow Sea, Hong-jin sube la apuesta, estructurando las andanzas de un don nadie —a quien se encarga un asesinato que saldará sus deudas— en un frenético viaje de ida y ansiada vuelta entre tres países (Corea del Norte, China y Corea del Sur).
A las existencialistas, amargas peripecias del protagonista, narradas con tales firmeza y laconismo que devienen cine puro, de la mejor calidad, hay que sumar un retrato muy crítico con la corrupta trastienda socioeconómica de la región, en la que los seres humanos no parecen ser más que moneda de cambio y mercancía perecedera.
Con todos sus desequilibrios, The Yellow Sea salda sus grandes ambiciones de modo más que satisfactorio.
DOMINGO, 9 DE OCTUBRE
Ayer aburrimos al lector con una crónica de la jornada en Sitges que primó títulos idiosincrásicos, poco comunes. Hoy le aburriremos con títulos que están sonando y sonarán mucho en medios generalistas; películas con vocación de llamar la atención, ganar premios, hacer taquilla.
La primera que hemos podido ver en esta línea el domingo 9 de octubre ha sido Otra Tierra (en la imagen; Sección Oficial Fantástica a Concurso, y con opciones en el palmarés).
En su segunda realización, el estadounidense Mike Cahill trata de jugar a dos bandas.
Por una parte, Otra Tierra (que se estrena en España el 21 de octubre) plantea una producción prototípicamente indie que arrasó a su paso por el Festival de Sundance; un drama sobre tragedias cotidianas y segundas oportunidades filmado con los habituales temblores de cámara y perturbaciones de la fotografía.
Pero, por otro, la cinta de Cahill apuesta por la ciencia ficción, enmarcando las cuitas de la protagonista del film, Rhoda (a quien encarna con talento Brit Marling, asimismo guionista de Otra Tierra junto a Cahill), en un momento crucial para nuestro planeta, el descubrimiento de otra Tierra que podría ejercer como espejo de nuestro planeta.
Es una irrupción de lo fantástico en la anécdota realista del film que afecta no solo al rumbo de la ficción, sino al sentido mismo de la película, a su ubicación en determinados contextos de producción y recepción. Y, a pesar de que no todo termine de funcionar, el resultado global es una propuesta enriquecedora, que apetece debatir, de la que el espectador saldrá con ganas de hablar.
También Mientras Duermes (Sección Oficial Fantástica - Panorama) brinda considerable interés metalingüístico, que el público podrá disfrutar a partir del próximo 14 de octubre.
Con Mientras Duermes, Jaumé Balagueró sigue ahondando en su interés por las miserias de la cotidianeidad a través de géneros como el suspense y el terror, como ya hiciera en Los sin nombre (1999), Darkness (2002), Para entrar a vivir (2006) y hasta [REC] (que dirigió a cuatro manos con Paco Plaza en 2007).
Sin embargo, Mientras Duermes supone un cierto cambio de tercio en su carrera, una moderación que se traduce en el interés por la intriga psicológica y la sumisión a un guión ajeno (de Alberto Marini). Podría parecer, en definitiva, que Balagueró ha hecho demasiadas concesiones.
Nada más lejos de la realidad. Mientras Duermes bien podría ser su mejor película hasta la fecha. Realizada con estilo y madurez, desarrolla con bastante habilidad una historia de obsesiones y secretos de rellano que, en sus mejores momentos, recuerda a las ficciones perturbadoras de Ruth Rendell o Patricia Highsmith.
Además, el personaje resentido que interpreta con gran aplomo Luis Tosar conforma con sus actitudes un auténtico reflejo de lo que ansía desde su butaca el friki aficionado a este tipo de cine.
Bien es verdad que Mientras duermes no es el colmo de la originalidad (mala suerte que solo hace unas semanas se estrenase en nuestro país La víctima perfecta, con Hilary Swank, muy parecida en algunos aspectos); y que cae en la tentación de aumentar a toda costa la tensión, incluso a base de situaciones inverosímiles o, directamente, algo infantiles. Pero, en líneas generales, nos parece un producto comercial totalmente recomendable para quien quiera pasar un buen (mal) rato.
No puede decirse lo mismo de Lobos de Arga (Sección Oficial Fantástica a Competición), historia de un novelista joven y mediocre enfrentado a hombres lobos gallegos. Pese a que este tercer largo de Juan Martínez Moreno (Dos tipos duros, Un buen hombre) sea moderadamente divertido, pueda leerse en clave de cine europeo sobre el regreso a las raíces (uno de los argumentos de esta edición), tenga unos decentes efectos digitales y de maquillaje, y homenajee con ternura las películas de hombres lobo con Paul Naschy y Oliver Reed.
Por lo demás, nos encontramos ante una comedia de muy poco nivel: actores de éxito prototelevisivo (Gorka Otxoa, Carlos Areces, Secun de la Rosa), bromas de paletos, desarrollo mecánico y con mil ecos de otras películas… Lobos de Arga aspira con descaro al éxito comercial bajo el signo del mínimo común denominador intelectual. Y es posible que la jugada salga bien, ha sido calculada al milímetro con ese objetivo.
No mucho mejor es The Divide (Sección Oficial Fantástica a Competición), drama apocalíptico sobre un grupo de individuos que, ante una catástrofe repentina, se refugian bajo tierra, lo que da lugar con el tiempo al consabido juego de supervivencia en entorno cerrado a lo Gran Hermano.
The Divide resulta con todo atractiva por dos razones: se trata de otro título que, en esta edición, da por finiquitada la dominación masculina en los relatos y en la sociedad, pudiendo su final leerse en clave de “Eva sin Adán”. Y deja en evidencia definitivamente a su realizador, el francés Xavier Gens.
Gens tiene un incomprensible predicamento en Sitges, fruto de la apasionada recepción por aquí de su ópera prima, la burda Frontier(s) (2007). Pero ni aquel film ni Hitman (también de 2007) demostraban ninguna peculiaridad especial, más allá del virtuosismo gratuito de la cámara en ocasiones.
Otro tanto puede decirse de The Divide, morosa y tópica hasta decir basta en cuanto a las situaciones que se producen entre los personajes atrapados, y sin que la realización de Gens sepa hacer nada por evitarlo. Lo mejor del film, en definitiva, fue que entre sus intérpretes se cuenta Michael Biehn (Terminator, The Abyss), a quien pudimos ver en vivo y en directo antes de que se proyectase la película.
Y una última propuesta comercial, asimismo española como Mientras Duermes y Lobos de Arga: Verbo (Sección Oficial Fantástica – Panorama), del hasta ahora multipremiado cortometrajista Eduardo Chapero-Jackson.
Verbo ha sido definida maliciosamente por aquí como “Matrix en Alcorcón”, y la verdad es que recuerda mucho a la película de los hermanos Wachowski. Lo mejor es su arranque, con una adolescente sensible que piensa ha de haber algo más allá del espantoso entorno suburbial en que vive.
Siguiendo pistas, la chiquilla entrará en otro universo combativo y poético del que deberá hacerse digna superando una serie de pruebas. Como puede apreciarse, una propuesta interesante que, sin embargo, es llevada a la práctica con una ñoñería reaccionaria y una lírika (sí, con k) de extrarradio que termina dando bastante vergüenza ajena.
Pero algunos productores parecen haber pensado, televisión privada incluida, que Verbo puede ser un bombazo entre los jóvenes, lo que ha repercutido en una serie de tics argumentales y formales que harán caducar sus imágenes en una o dos semanas.
SÁBADO, 8 DE OCTUBRE
Si ayer hacíamos distinciones en la programación por nacionalidades, hoy nos hemos visto forzados a hacerlo por grado de extravagancia. Cierto es que las películas vistas en la tercera jornada también pertenecen a países bien diferenciados, pero esa característica palidece frente a su grado de extrañeza, de singularidad frente a lo habitual en las carteleras.
Comencemos por Hobo with a Shotgun (en la imagen; Sección Midnight X-Treme), salvaje homenaje de Jason Eisener al cine basura de acción producido en Hollywood entre finales de los setenta y principios de los ochenta del pasado siglo.
Su origen, como el de la brillante Machete, es uno de esos trailers falsos surgidos a la sombra del proyecto Grindhouse de Quentin Tarantino y Robert Rodriguez. Pero, desafortunadamente, la gracia de Hobo with a Shotgun [Vagabundo con una escopeta] no supera la que albergaban las imágenes de cuando no era sino un proyecto ficticio.
La protagoniza el mítico Rutger Hauer (Blade Runner) en la piel de un mendigo que lleva a Scum Town y recupera su dignidad luchando contra el desorden que impera en la ciudad. Es imposible no rendirse a la generosa ración de gore y ultraviolencia que adorna las imágenes de Hobo with a Shotgun, pero esos excesos terminan cobrándose cualquier otro punto de interés que pudiese deducirse de su planteamiento, y no solo a nivel formal sino estético.
Sin pretenderlo, los modelos de Hobo with a Shotgun fueron películas bastante revulsivas. Hobo no lo es por mucho que lo pretenda, quedándose en broma para esas parroquias frikis que gustan de aplaudir lo que ven para aplaudirse a sí mismos.
Es difícil que pase lo mismo con Trash Humpers (Sección Seven Chances), que, como muy bien señala el crítico Carlos Losilla en su comentario sobre la película publicado en el catálogo del festival, escapa a cualquier categoría conocida.
Su director, el californiano Harmony Korine, ya había incomodado al público con propuestas como Gummo (1997) y Mister Lonely (2008), comentarios sobre la vida en los arcenes de la cultura hipermediática y ultraestandarizada que vivimos. A veces se percibía en ellas un hálito más friki y artie que verdaderamente marginal, su pretensión explícita.
Sin embargo, en Trash Humpers logra en casi todo momento facturar un artefacto alienígena, terminal, difícil de aprehender y hasta de soportar (más de uno y dos espectadores abandonaron la proyección en la que nos hallábamos). Una película, por así llamarla, que escapa a la sobreexposición y saturación audiovisual de nuestro presente (y a su interpretación no menos masiva y cansina) por la vía de la degradación de la imagen, una horrísona grabación en vídeo doméstico, y de lo que esta refleja, las actividades repulsivas de un grupo de individuos con los rostros cubiertos por máscaras de ancianos.
Trash Humpers podría definirse, y tendría sentido, como un Jackass para adeptos a las galerías de arte contemporáneo. Las creaciones de Johnny Knoxville y los suyos y de Korine comparten una misma visión desprejuiciada del hastío y el agotamiento infinitos de Occidente. Pero Trash Humpers va más allá al negar cualquier posible complicidad con ella, al situarse creativamente en el corazón de las tinieblas. Su recóndita lírica, su ternura, anida en esos lugares y esas actividades que nadie reconocería hoy por hoy como poéticas, siquiera como presentables: los residuos, la escatalogía, los no lugares, las noches oscuras del alma.
No menos perturbadora es Arirang (Sección Nuevas Visiones – No Ficción), del hasta hace pocos años renombrado cineasta surcoreano Kim Ki-duk, responsable entre otras grandes películas de Hierro 3, Samaritan Girl y Primavera, Verano, Otoño, Invierno… y Primavera.
Ki-duk es el protagonista absoluto delante y detrás de las cámaras de este ejercicio autoconfesional rodado con medios mínimos que es Arirang, en el que se pregunta por las razones de su creciente ostracismo como artista, el sentido de su actividad y, en general, las grandezas y las miserias del ser humano.
El surcoreano desnuda su alma frente al espectador en una serie de soliloquios desgarradores por su franqueza expositiva, que dejan ver sin medias tintas su vanidad herida y su sensibilidad mientras se desahoga consigo mismo como interlocutor, en forma de su sombra o de una persona que hubiera superado ya la crisis creativa (que tanto nos recordó a la que atravesó Takeshi Kitano hace unos años) y personal (con todos los tintes de una profunda depresión) por la que pasa Kim Ki-duk.
Arirang es una producción tan narcisista e irritante como solo puede serlo el testimonio de cualquier persona hundida que está buscando nuestra atención. Pero, por eso mismo, no deja de sobrecoger en muchos momentos por su emoción sin adornos, y, además, en su cháchara Kim Ki-duk dice cosas muy sensatas (y muy inquietantes) sobre lo que supone desenvolverse en el mundo con éxito y sobre las razones de fondo para dedicarse a actividades de cara al público.
Ligada, al menos en nuestro ánimo, a Arirang, está 4:44 Last Day on Earth (Nuevas Visiones – Ficción), del norteamericano Abel Ferrara. Ferrara también estuvo en la cumbre de la ola crítica durante un tiempo, gracias a productos de género tan tortuosos como Teniente Corrupto y Adicción. Pero, desde hace unos años, vegeta artísticamente con propuestas que hacen poco honor a quien fue y que solo propician reflexiones tristes sobre la conversión de la actividad creativa a partir de cierta edad en un ejercicio mecánico de supervivencia económica.
Así podría interpretarse también 4:44 Last Day on Earth, vapuleada por todos los certámenes que la han exhibido, hasta llegar a Sitges. Y cierto es que esta historia intimista sobre un posible fin del mundo en un apartamento neoyorquino que habita una pareja (encarnada con carisma por Willem Dafoe y Shanyn Leigh) ostenta una vulgaridad nimia y un carácter anecdótico; por no hablar de los brochazos misticoides, new age, que riegan el metraje y que nos hacen pensar en la inevitable senilidad de Ferrara.
Y, sin embargo, una vez se ha aposentado su película en la memoria, va uno descubriendo que hay algo muy honesto en esa descripción de lo reiterativo y banal de la vida incluso al borde de la extinción personal y colectiva. Que hay una comprensión muy profunda de las cosas en esa descripción de dos artistas (él escribe, ella pinta, otros componen) que no pueden evitar crear incluso a pocas horas del Apocalipsis. Un reflejo obvio del propio Ferrara y de cualquiera que aborde profesiones creativas con un anhelo de trascendencia.
No querríamos decir adiós esta jornada sin hacernos eco de una de las mejores películas que hemos podido ver en lo que llevamos de festival, aunque no le haya gustado a casi nadie más. Nos referimos a Beyond the Black Rainbow (Sección Nuevas Visiones – Discovery), título de ciencia ficción pura y dura, y además de la más árida y antipática: la que se produjo tras el gran éxito en su momento de 2001: Una Odisea del Espacio (1968) con no pocas pretensiones argumentales y artísticas.
Absolutamente hipnótica, Beyond the Black Rainbow es un ejercicio de estilo con las texturas, el sonido y el color que tiene, además, un propósito, el de contar una inquietante historia distópica sobre estados alterados (y superiores) de conciencia, que desemboca en un comentario casi cruel sobre cómo acabó un cine tan autoral y ambicioso como fue el de los setenta del pasado siglo.
Auténtico descubrimiento, pues, el de esta ópera prima de un tal Panos Cosmatos, haciendo así pleno honor a la sección en que ha sido incluida. Por cierto que parece ser que Cosmatos es hijo de George Pan Cosmatos, director fallecido hace poco y firmante entre otras joyas de Rambo: Acorralado II y Cobra: El Brazo Fuerte de la Ley. Descansa en paz, George, por lo menos le has dado al mundo un hijo con el talento que tú no supiste demostrar…