Los defectos iniciales importan poco porque prima el trasfondo ético de lo contado: dónde está el limite entre las buenas acciones y la supervivencia personal.
En 2008 dimos cuenta en esta web de Satanás, la ópera prima de un interesante realizador colombiano, Andrés Baiz, que seguía las huellas de una de las más importantes películas sudamericanas de los últimos años: Amores perros (A. González Iñárritu, 2000).
Tres años después celebramos su continuidad asistiendo a su segundo largometraje, ya firmndo como Andy Baiz, anunciando quizá una progresiva adaptación a los términos más norteamericanos y comerciales de su oficio y a la comunión con sus géneros. Así lo deducimos tras ver La cara oculta, un compacto y pequeño film de suspense fruto de una coproducción entre España y Colombia.
Esta segunda cinta confirma la voluntad de su realizador y guionista por encontrar caminos originales en su carrera. La novedad que presenta La cara oculta respecto a otras del mismo género rádica en su estructura: una vez planteado el conflicto de la trama, sus autores se atreven a adelantar el giro narrativo a mitad del metraje, lo que convierte la película en otra diferente a partir de ese momento, con unos buenos resultados de interés y sorpresa para el espectador.
De este modo, lo que comienza siendo la misteriosa desaparición de una mujer y los fenómenos extraños que se producen en la casona donde vivía, se transforma en otro relato (que tendremos a bien no revelar) por virtud del mencionado giro. El efecto es muy positivo, no sólo por la sorpresa del recurso usado tan tempranamente, sino porque viene a suplir todas las carencias de la primera parte de la película.
Y es que asumir que unos personajes con el aspecto y juventud de Quim Gutiérrez y Clara Lago son un prestigioso director de orquesta y una diseñadora de zapatos de éxito trasladados a Bogotá por la oferta de la Filarmónica de Colombia resulta bastante inverosímil a pesar del buen tono de ambos y ese plus de naturalidad en los diálogos que Gutiérrez aporta siempre a sus personajes.
Afortundadamente, una vez transformada la cinta en su verdadero asunto, los defectos iniciales importan poco porque prima el trasfondo ético de lo contado: dónde está el limite entre las buenas acciones y la supervivencia personal. Tal dilema moral, planteado hasta dos veces durante la historia, tiene tal interés y fuerza que hace olvidar la falta de acierto inicial.
Estamos entonces ante una producción correctísima de bajo coste y colaboración entre dos cinematografías que puede tomarse como ejemplo de cine comercial bajo el ámbito de la coproducción. Un trabajo muy digno y entretenido que suple sus carencias con talento y oficio, y sin ensueños o vanidades de autoría.