Es imposible reconocer como real, cercana, ni una sola de las vicisitudes que conforman "Larry Crowne".
Larry Crowne, un divorciado de mediana edad, cumple con acierto su labor como almacenista y reponedor en una gran superficie. Sin embargo, sus superiores le despiden alegando que su falta de estudios superiores impide su promoción en la empresa. Incapaz de encontrar otro empleo más digno que el de cocinero en un bar, Larry se matricula en la universidad para aumentar sus posibilidades laborales. Allí entablará amistad con estudiantes que le revitalizarán y quedará prendado de Mercedes, una de sus profesoras.
Cuando todavía no había visto uno Larry Crowne, nunca es tarde, sintió gran admiración por el detalle que tuvo hace poco su protagonista y director, Tom Hanks, en una gasolinera de Los Ángeles: dos tipos le echaron en cara la poca calidad de la película, y Hanks les pagó de su bolsillo el dinero que habían gastado en las entradas.
Sufrida Larry Crowne, lo que uno se pregunta es cómo a los indignados espectadores les bastó con ese gesto de Hanks; cómo no le ataron a un surtidor y le pegaron fuego, usando como mecha la cabellera pelirroja de Julia Roberts, el otro supuesto reclamo del engendro en cuestión.
No se trata, como han insistido muchas críticas en Estados Unidos, de que Larry Crowne aborde la presente recesión económica con el espíritu constructivo y alentador propio de las realizaciones de Frank Capra ligadas a la Gran Depresión; algo que podría considerarse naif a estas alturas. Sino de que el optimismo crítico propio de las películas de Capra ha devenido en el segundo ejercicio tras la cámara de Hanks —del primero, The Wonders (1996), ya nadie se acuerda—, una alienación y una superficialidad que dejan al espectador boquiabierto, dando fe de unas maneras de plantear el cine y su recepción por parte del público absolutamente estériles.
Es imposible reconocer como real, cercana, ni una sola de las vicisitudes que conforman Larry Crowne. Todos los personajes, tanto da si tienen veinticinco años o cincuenta, transitan las imágenes como adolescentes para los que bastase con redecorar su vida. Ni Hanks sabe transmitir como actor la difícil situación de su personaje, ni Roberts sabe hacer otra cosa que de sí misma, con una antipatía y una autosuficiencia que trascienden la ficción, como le viene pasando a esta insoportable actriz desde hace ya demasiado tiempo.
En cambio, sí resulta obvia la agenda política de la película, que, en la estela de las ideas de Barack Obama o nuestro desdichado José Luis Rodríguez Zapatero, apela al pensamiento positivo, el buen rollito, el progresar adecuadamente, como solución a los problemas económicos que nos aquejan. A la vista está que semejantes estrategias no están arreglando nada. Aun peor, han contribuido a la catástrofe.
No hará falta decir que la mediocridad formal de Larry Crowne es aplastante: Diálogos inanes, planos medios fijos, montaje desangelado... Y no podía ser de otra manera: A tales discursos, tales imágenes. Hanks tiene suerte, desde luego, de no haberse topado en la gasolinera con este crítico.