A partir de la mitad de proyección se entrega sin rubor a los cánones establecidos desde tiempos inmemoriales.
Hay dos tipos básicos de comedias románticas: aquellas que son conscientes de su naturaleza y desde el principio muestran sus cartas sin tapujos –aspirando a contentar a su nada desdeñable público potencial–, y por otro lado aquellas cintas que pretenden engañar al espectador jugando al despiste, vendiendo inicialmente una serie de valores supuestamente rompedores que luego se abandonan rápidamente, para volver a caer en los tópicos habituales en esta clase de producciones.
Con derecho a roce responde al ansia de Hollywood por reflejar un mayor aperturismo en las relaciones sentimentales, en este caso el de dos personas que pueden seguir manteniendo su amistad pese a acostarse juntos ocasionalmente. Un tema como éste, que para nuestra mentalidad europea puede resultar carente de interés a estas alturas, ha acabado siendo para los norteamericanos un nuevo filón para dotar de contenidos teóricamente atrevidos y transgresores al género romántico. Así lo demuestran títulos recientes como Amor y otras drogas (Edward Zwick, 2010) o Sin compromiso (Ivan Reitman, 2011), donde se han explorado caminos similares al del film que aquí nos ocupa.
Definida por algún animoso crítico estadounidense como “la Scream de las comedias románticas” (sic), asistimos a cómo los personajes interpretados por Justin Timberlake y Mila Kunis –pareja en la vida y real, y cuya popularidad ascendió notablemente gracias a su presencia respectiva en dos títulos destacados de la temporada pasada, La red social y Cisne negro– hacen equilibrios en la fina línea existente entre el amor y el sexo, todo ello mientras se mofan de los tópicos mil veces explotados en las películas amorosas.
La locuacidad y la viveza de la parte inicial de la película sirven para despistar hábilmente, camuflando bajo capas de situaciones pretendidamente rompedoras –los protagonistas muestran sus esbeltos cuerpos sin disimulo en repetidas ocasiones, por ejemplo– todos los convencionalismos que a partir de la mitad de proyección nos asaltan sin disimulo, entregándose sin rubor –y en piloto automático– a los cánones establecidos desde tiempos inmemoriales para estrenos similares, y echando por tierra la labor de crítica sana que aparentemente se pretendía realizar.
Es una lástima que el realizador Will Gluck no haya sabido firmar un producto a la altura de la refrescante y descarada Rumores y mentiras con la que nos sorprendió el año pasado. Cualquier esperanza de encontrar la chispa presente allí se desvanece cuando nos enfrentamos a situaciones demasiado básicas, a tópicos sin garra –compárese a las madres de las protagonistas de ambas cintas, interpretadas por la misma actriz, Patricia Clarkson–, a música buenrollista y manipuladora de principio a fin, a una duración excesiva para lo que se nos cuenta –el tramo final se hace interminable, ya que se reitera la misma idea una y otra vez–, y a unos secundarios desangelados que poco aportan, aunque se trate de nombres como Woody Harrelson, Richard Jenkins o Emma Stone.
Así pues, estamos ante otra comedia romántica del montón, aunque ésta indigne más debido a sus ínfulas de superioridad, que no evitan que acabe cayendo en todos los tópicos y defectos que se había propuesto ridiculizar. Sólo apta para fanáticos del género.