El cine realizado por y para mujeres posee más atractivo y visibilidad que hace años. Prueba de ello son filmes estrenados en los últimos meses, como la recientemente estrenada El Cairo 678, que centran su atención en controversias de diversa índole siempre en contextos de signo femenino. Quizás por ello esta modesta aunque eficaz obra producida hace tres años haya encontrado digna cabida en nuestras pantallas.
Claire Simon, guionista y directora, recopiló, durante los siete años previos al rodaje de esta cinta testimonios reales de mujeres en torno al aborto y otras disyuntivas éticas para forjar las historias crisol que componen el largometraje. Gracias a este exhaustivo trabajo de campo, desaparece todo contrapunto polémico que bien hubieran podido suscitar algunas de sus líneas argumentales. Como sabemos, la realidad supera a la ficción, y este esfuerzo cinematográfico es una buena prueba de ello puesto que estamos convencidos que, de no haber sido un guión construido a partir de voces verídicas, las críticas hacia lo que cuenta le hubieran llovido a mares.
Por suerte, Simon ha querido hacer una especie de pseudo-documental reuniendo a algunas de las grandes actrices del cine galo, aunque no sean rostros o nombres necesariamente conocidos por las masas, que reverberan esas historias a modo de dietario ideológico. Todas ellas notables, se dividen en dos vertientes heterogéneas: la de un grupo de mujeres que trabajan en un centro de planificación familiar y la de todas esas mujeres que acuden a estos centros en busca de apoyo o consejo para solventar una situación personal no deseada.
La propuesta no busca el beneplácito del público ni tampoco pretende ser una delación feminista cuya voz deba abrir encendido debate. Lo que hace más bien Simon es filmar una visión más o menos completa con una estética alejada del artificio, introduciendo un retrato limpio sobre el estado de la Francia contemporánea. Sorprendentemente austera en su estilo visual, carente de acompañamiento musical y con una armonía basada en lo áspero, la realizadora apuesta por un trabajo libre de actores y por una planificación de secuencias supraelongadas que, aunque meritorias por su intrépida concepción, llegan a colapsar.
Las oficinas de Dios, cuyo título sí parece implicar cierto juicio, es un esfuerzo por sacar a relucir una temática de la que no se habla, pretendiendo defender el derecho personal de operar lo que uno desee con su cuerpo físico y su entramado mental. La decisión de Simon, como todo documento ficcionado, es discutible al subrayar una partitura multicultural de mujeres que versan con su propia condición. El resultado es inapetente y feísta pero también se revela como un texto de sobrado interés que huye de lo pedante para convertirse en un manifiesto informativo.