Solo por el maravilloso trabajo con la animación, la paleta de colores y la dirección artística, ya valdría la pena que mayores y pequeños prestaran atención a "El Ilusionista".
Segundo largometraje del animador francés Sylvian Chomet. El primero, Bienvenidos a Belleville (2003), tuvo considerable repercusión crítica y académica. Su estilo, sin embargo, en apariencia retro y artesanal; su tono estrambótico; y su exigencia de un público infantil capaz de ampliar su imaginario formal y argumental más allá de Disney, le enajenaron el éxito comercial.
Otro tanto le sucederá, nos tememos, a El Ilusionista. Aunque solo por el exquisito, maravilloso trabajo con la animación, la paleta de colores y la dirección artística, ya valdría la pena que mayores y pequeños prestaran atención a la película.
Hay más, por supuesto. Su historia es sencilla: la relación en la Edimburgo de 1959 entre el veterano ilusionista del título y una niña que se atreve a compartir su vida errante. Pero sus implicaciones son profundas, atañen a graves cuestiones existenciales como el peso de la edad, las complejidades que entrañan las relaciones personales, y el efecto del tiempo en las sociedades.
Debe añadirse también una brutal melancolía, sublimada en pantalla por la ausencia generalizada de diálogos, la música obra del propio Chomet, y la elección y el encuadre de los escenarios y hasta de la climatología.
Por último, El Ilusionista alberga un interés muy especial para los cinéfilos: Chomet ha hecho suyo un guión no producido de Jacques Tati; celebrado autor de, entre otras, Las vacaciones del señor Hulot (1953) y Playtime (1967). Un guión que Tati escribió para congraciarse con una hija a la que abandonó de pequeña.
Chomet ha recibido críticas por no recalcar suficientemente estas deudas morales de Tati. Pero estamos hablando de cine, no de telerrealidad. Lo mejor de Tati —su inadaptación a un mundo en perpetuo cambio, un humor mímico y visual— ha sido honrado en El Ilusionista. Como ya lo fue, por cierto, en Bienvenidos a Belleville. Lo que demuestra la coherencia y la sensatez con que Chomet ha planteado esta película, capaz de transformar una anécdota verídica en una ficción universal.
El Ilusionista es, por tanto, una magnífica película. Muy recomendable para cualquier adulto con cierta existencia a sus espaldas. Y también para los niños que deseen aprehender una obviedad: la vida no es un parque de atracciones; la traición, el fracaso, la soledad, el olvido, la muerte, son aspectos consustanciales a la misma. Y será mejor descubrirlo a través de propuestas tan bellas como El Ilusionista, que estrellándose contra la realidad al salir de la casa de muñecas.