Entretiene cuando se limita a lo básico –persecuciones y peleas a espada, principalmente– y no se complica en exceso.
Cuando se acude a una sala de proyección después de haber leído en diversas críticas términos como despropósito, fantasmada o disparate referidos la película que va a visionarse, el ánimo del espectador está predispuesto a sufrir lo indecible mientras espera que de una vez por todas aparezcan los títulos de crédito finales y se termine el suplicio.
En el caso que aquí nos ocupa, estamos ante la enésima traslación a la pantalla grande de la novela de 1844 de Alejandro Dumas. Tras haberse encarnado a lo largo de las décadas en rostros como los de Douglas Fairbanks, Gene Kelly, Michael York o Chris O’Donnell, en esta ocasión el joven D’Artagnan se nos aparece por fin en el cuerpo de un auténtico adolescente, Logan Lerman, que recientemente lograra su primer papel protagonista en Percy Jackson y el ladrón del rayo.
Esta nueva versión de Los tres mosqueteros nos llega de la mano del director Paul W.S. Anderson (Mortal Kombat, Resident Evil, Alien vs. Predator, Death race: La carrera de la muerte), que ofrece una buena muestra de sus características como realizador, ampliamente ejemplificadas en toda su producción anterior. Así pues, la historia clásica surgida de la pluma de Dumas se convierte en una especie de videojuego con adrenalíticas escenas de acción que nos recuerdan a títulos tan plagiados como Matrix o 300, por no hablar de la propia saga de Resident Evil: las inverosímiles escenas donde se cede el protagonismo a Milady (Milla Jovovich, esposa y actriz fetiche de Anderson), encajarían a la perfección en la próxima entrega de aquella franquicia.
La actualización del argumento para contentar a los espectadores adolescentes de hoy en día (busquen homenajes a Wanted, Master and commander o el Sherlock Holmes de Guy Ritchie) pasa su factura en lo referido a la credibilidad de la historia, ya que nos encontramos con una serie de detalles chocantes –los barcos voladores son sin duda el más llamativo de ellos– que restan seriedad al conjunto, a costa de primar la espectacularidad sin mesura por encima de demás consideraciones. Añadamos nuevamente el 3D para acabar de convertirla en un signo de los tiempos y sabremos claramente a qué nos enfrentamos.
Pese a que la ambientación y el vestuario resulten apropiados –su buena parte del presupuesto habrán necesitado, eso sí–, es innegable que los defectos superan a los aciertos. Por ejemplo, los mosqueteros que secundan a D’Artagnan apenas despliegan carisma, quedando relegados a un segundo plano bastante anodino. El resto de interpretaciones, exceptuando quizá al Cardenal Richelieu a quien da vida Christoph Waltz, resultan francamente mediocres, dedicándose los personajes a pasearse por la pantalla con la vana esperanza de que eso baste para satisfacer a alguien. El caso más sangrante quizá sea el de Orlando Bloom.
Aunque entretiene cuando se limita a lo básico –persecuciones y peleas a espada, principalmente– y no se complica en exceso, queda la sensación de estar ante una película que destroza el clásico original para poder dar a las jóvenes retinas que acudan a las salas una sesión de fast food cinematográfico de rápida digestión y posterior olvido fácil, epatándoles a base de moderneces fuera de lugar que irritarán a quienes guarden un buen recuerdo de cualquiera de las versiones anteriores que comentábamos en el segundo párrafo de esta crítica.