A la perturbadora interpretación de Tosar hay que añadir una realización más que eficaz.
Antes de que tengamos la oportunidad de seguir visionando las próximas entregas de [REC], ahora convertido en monstruo bicéfalo, Jaume Balagueró se entrega a un ejercicio de estilo donde el gore y la acción frenética dan paso al suspense más reposado, recordándonos a sus trabajos iniciales a la vez que también da rienda suelta a su querencia por el cine de Roman Polanski, referencia obligada cuando se habla de Mientras duermes.
Hablar de esta película es hablar, principalmente, de ese enorme actor que es Luis Tosar y de ese portero protagonista que, incapaz de ser feliz, disfruta causando dolor al prójimo. La nueva vecina del 5ºB se convertirá en objeto de su macabra obsesión por hacer daño, permitiendo a los espectadores que nos sintamos francamente atraídos e incluso simpaticemos con un ser mezquino pero contenido, un auténtico villano capaz de crear inquietud con pronunciar una frase como “Quiero que sepas de lo que soy capaz”.
A la perturbadora interpretación de Tosar hay que añadir una realización más que eficaz, al servicio de un terror psicológico que dosifica la tensión. No en vano, como apuntábamos, es fácil encontrar reminiscencias del Polanski más centrado en las claustrofóbicas comunidades de vecinos de Repulsión, La semilla del diablo o El quimérico inquilino. Es en la recreación de atmósferas donde Balagueró suma más aciertos, renunciando casi por completo a los golpes de efecto a los que ya nos estaba acostumbrando en la saga de los infectados mencionada al inicio de esta crítica.
Sin embargo, pese a los aciertos en el ritmo y en el retrato de ese depravado portero del que somos cómplices –y a la sencillez buscada, que acentúa un suspense menos pretencioso que en otros títulos de la filmografía del realizador–, la cinta no convence cuando sometemos a su guión a un examen de verosimilitud. Hay excesivas escenas donde nos preguntamos el porqué de las decisiones de los personajes –esa policía judicial tan despistada que mueve a la risa–, restando puntos a la credibilidad y desdibujando un argumento que hubiera merecido mejor suerte.
En cuanto al resto del reparto, no convencen Marta Etura –el retrato de la nueva vecina es demasiado esquemático y simplista–, un Alberto San Juan muy desaprovechado, ni tampoco la niña Iris Almeida, más por culpa del personaje tan increíble que encarna que por su labor en sí.
En resumidas cuentas, estamos ante un ejercicio de estilo con ciertos aspectos que deberían haberse cuidado más para lograr ofrecer un producto más digno.