Fantasía sci-fi sin efectos especiales; más bien un drama sensible y emotivo con un barniz fantástico.
Ganadora del Premio del Jurado de Sundance y del Premio a la Mejor Actriz en el recientemente clausurado Festival de Cine Fantástico de Sitges, se estrena, casi de tapadillo, una pequeña sorpresa que merece justa atención. Otra tierra es la opera prima de un binomio desconocido, Mike Cahill y Brit Marling. Entre ambos, dirigen, escriben, producen, fotografían e interpretan esta cinta. El resultado es una saludable empanada dramático-cósmica que contará con fieles adeptos del cine fantástico.
Rhoda es una joven asocial que se inflige el autocastigo por la culpa acumulada durante cuatro años por ser responsable de la muerte de una mujer y su hijo, dejando viudo al esposo, un compositor de música clásica que caerá en el alcoholismo. El fatídico accidente se produce unos minutos después de que científicos hayan descubierto la existencia de otro planeta Tierra con una sociedad exactamente igual que la nuestra.
Quien busque una cinta fantástica en la que presenciar viajes interplanetarios o experiencias paranormales bien puede buscar en la cartelera alguna otra alternativa que le satisfaga pues Otra tierra es una fantasía sci-fi sin efectos especiales, o más bien un drama sensible y emotivo con un barniz fantástico que se deja ver únicamente en su brutal prolegómeno y en su conclusión. No estamos delante de cine de ciencia ficción aunque venga envuelto en esa apariencia sino que convencerá mucho más a aquellos que busquen un drama adulto declaradamente independiente.
No obstante, Cahill y Marling despliegan una temática filosófica sobre el geocentrismo, el poder de convicción de los medios de comunicación, la posibilidad de vida humana en otros planetas, la conexión con personas de otros mundos… todos ellos temas que no llevan a puerto firme, lo que puede ser virtud y defecto al mismo tiempo. Virtud porque cualquier interrogante cerrado se resolvería muy probablemente con respuestas insatisfactorias y defecto porque da la sensación de que el guión abre muchos caminos hacia lo desconocido pero no se atreve a recorrer ninguno.
Los recursos de Cahill no son escasos: fotografía granulada, cámara en constante movimiento cuasi-Dogma, encadenados violentos, zooms vetustos... todo ello para crear una atmósfera atípica que solventa el escaso presupuesto y que, casi por casualidad, crea una poética visual enrarecida que supone una de sus grandes bazas. Pero es el retrato introspectivo de sus dos caracteres y la forma de retratar su aislamiento lo que convierte a Otra tierra en una conmovedora y compleja exploración de las soledades, de la culpa y el remordimiento, la compasión y la capacidad de redención.
La obra, si bien se queda a medio fuego para convertirse en la joya que podría haber sido, se erige como una rareza única, de esas que aparecen de tanto en tanto en el panorama cinéfilo que logra captar absoluto interés de quien la ve, y lo hace con gran sensibilidad y elegancia. Otra tierra servirá, al menos, para poner los nombres de Cahill y Marling en órbita, pues el primero hace una notable tarea de dirección mientras que la segunda nos regala una asombrosa interpretación, junto con la de William Mapother, uno de los Perdidos. Las respuestas, al final, sobran.