Los sábados por la tarde son aburridos. Ver un absurdo telefilm fantástico por la tele puede ser una solución para matar el tiempo. Pero pagar unos cinco euros para verlo en pantalla panorámica y escucharlo en Dolby Surround no es algo que mucha gente esté dispuesta a hacer. No les culpo. George and the Dragon no pasa de ser una película de bajo presupuesto y peor calidad que ofrece un escaso entretenimiento que no vale esos euros.
La cinta arranca con fuerza. Un cura que escapa de la horca en monopatín (¡¿realmente estamos en el siglo XII?!) y es ayudado por un caballero cristiano (protagonista) y su mejor amigo, un musulmán español de raza negra (eso es mestizaje). A medida que la cinta avanza conoceremos a una intrépida princesa ecologista que se escapa de su castillo para salvar al último dragón de la tierra, y a su preocupado padre que manda en su busca al futuro esposo de la princesa (Patrick Swayze). En esta empresa se embarcará George, el caballero cristiano, que ve en la recompensa por salvar a la princesa una oportunidad para comprarse una casa, y tener una vida tranquila.
Dirigida por un habitual en la producción con escasa experiencia en dirección como es Tom Reeve, la película tiene una estética de serie B y unos efectos especiales tan "austeros" que acaba inspirando simpatía. El dragón parece salido de la PlayStation, por no hablar del vestuario o la ambientación. Su principal virtud es no tomarse demasiado en serio a sí misma, en una muestra de coherencia que resulta de agradecer. Cuesta imaginar qué motivos impulsaron a Piper Perabo -una estrella en ciernes- o a Patrick Swayze -una estrella en horas bajas- a participar en su rodaje, pero ambos se convierten en los principales reclamos de sus aventuras trasnochadas.