Podríamos decir que Criadas y señoras es el Tomates verdes fritos de esta década.
Criadas y señoras es una de esas cintas que, casi salidas de la nada, ha logrado barrer las taquillas estadounidenses y puede convertirse en uno de esos éxitos que nadie esperaba, aunque esto último aún está por confirmar. Viene firmada por Tate Taylor, uno de los personajes desconocidos que suelen participar en películas de poco empaque y que también ha hecho sus pinitos como guionista y director de dos cintas, siendo la presente su actual apuesta.
Basada en un best-seller norteamericano, su acción se sitúa en los años 60, en una comunidad sureña de Mississippi , y se centra en la denominada propuesta de “ley de saneamiento”, que proponía que las mujeres de color sirvientas de familias blancas tuvieran su propio baño para que no hubieran contagios entre razas. Una joven aspirante a periodista pretenderá recoger los testimonios de estas mujeres negras, quienes destaparán todas las vejaciones y maltratos a las que han sido sometidas durante años por parte de sus señoras blancas y que siguen aguantando por deseo expreso de mantener su trabajo.
Podríamos decir que Criadas y señoras es el Tomates verdes fritos de esta década del siglo XXI, es decir, una historia pequeña -aunque enorme en sentimientos- y desarrollada en una comunidad igual de pequeña, de las que pretenden reconciliar al espectador con el mundo, haciendo que haya soltado más de una lágrima durante su recorrido y sonría ámpliamente a la salida. Por supuesto, como buena fábula moral que es, las señoras blancas son muy malas (salvo dos que serán las radicalizadas de la comunidad) y las criadas negras son muy buenas, convirtiendo el filme en un ajedrez maniqueísta aunque funcional.
La grandeza de la obra reside básicamente en una historia que tiene sobrado peso para sostener una cinta entera llena de desniveles. Ciertamente, el relato resulta conmovedor y certero, apoyándose en un elenco de excepcionales actrices donde negras ganan a blancas en una jugada maestra. Basta con atender la inmensa interpretación de Viola Davis o de Octavia Spencer (nominaciones al Oscar deberían ser una obligación) para darse cuenta que la condición racial va mucho más allá de la interpretación y de la fuerza de encarnación de los caracteres.
Con una crónica tan rica y unas bellas composiciones actorales, pronto las múltiples máculas se olvidan para dejarse llevar por un grato entretenimiento perteneciente al feel-good drama. Y es que su verdadera pretensión es simplemente ésta. Por lo demás, Criadas y señoras es una rutina simpática que pretende ser complaciente mediante el uso del drama y el humor a partes iguales y la inclusión de unos arquetipos nada disimulados que convencerán a las masas con toda probabilidad.