Anna Faris da rienda suelta a su eficaz vis cómica, haciendo digerible un producto que no se sostendría con cualquier otra actriz detrás.
No hace mucho hablábamos, a propósito de Con derecho a roce, de los nuevos contenidos teóricamente atrevidos y transgresores que desde la industria norteamericana se están incorporando a las películas románticas, tratando de revitalizar un género más que sobado echando mano de ciertos toques de modernidad y aperturismo en lo que a relaciones sentimentales se refiere.
En Dime con cuántos nos encontramos con otra muestra de esta reciente treta de Hollywood para, en el fondo, seguir haciéndonos comulgar con la misma historia de siempre. En este caso tenemos a una promiscua chica a quien repentinamente –espoleada por la boda cercana de su hermana pequeña– urge encontrar al hombre de su vida, embarcándose en una búsqueda entre sus pretendientes pasados, por si acaso alguno de ellos hubiera mejorado con los años, en la actualidad resultara apetecible para sus gustos y aún estuviera disponible.
El singular e increíble motivo para no buscar a un nuevo novio se nos explica en una de esas sonrojantes conversaciones entre mujeres, tan habituales en estrenos como este: según el artículo de una revista, una vez que una fémina supera un número de veinte relaciones sexuales es ya imposible dar con el amor verdadero y eterno. Como lo leen. Nuestra protagonista, justo en el límite de dicha cifra, se lo tendrá que jugar viajando figuradamente hasta el pasado (al menos los flashbacks tienen su gracia) para rebuscar allí.
Pese a que desde su mismo arranque sabemos bastante a las claras cómo se irá desarrollando la acción –por ahí anda un vecino cachas de buen ver, que se acuesta con una chica distinta cada noche–, lo cierto es que al menos durante la primera hora de proyección el ritmo no nos deja apenas respiro, y la realización de Mark Mylod (con un bagaje previo fundamentalmente televisivo: Shameless, El séquito, United States of Tara) resulta lo suficientemente dinámica e imaginativa como para que nos entretengamos. Además, somos testigos de cómo Anna Faris da rienda suelta a su eficaz vis cómica, haciendo digerible un producto que no se sostendría con cualquier otra actriz detrás.
El resto de la película, por desgracia, se entrega a terrenos más trillados, en cuanto se va clarificando la situación y se confirma lo que todos esperábamos. El guión echa mano de un buen puñado de tópicos del manual de las comedias románticas, y el acaramelamiento pasteloso acaba por revelarnos que, ¡oh, sorpresa!, lo que en el fondo están deseando los casquivanos protagonistas es llegar al altar con alguien que sea digno de su amor. Total, que el sopor provocado por la previsibilidad de las situaciones apenas lo anula brevemente un himno imperecedero como el Bizarre love triangle de New Order, se ve que por aquello de darle algo de vidilla al tramo final.
Así pues, pocas sorpresas en un film olvidable que entretiene a ratos –sobre todo en la primera mitad–, y que ofrece algunos alicientes: la presencia como secundarios de caras conocidas gracias a series televisivas (Martin Freeman, Zachary Quinto, Joel McHale), un puñado de comentarios bastante acertados relacionados con la redes sociales, y por último al fornido Chris Evans luciendo descaradamente los músculos que hicieron de él un acertado Capitán América.