Lars Von Trier ya puede considerarse uno de los maestros de nuestro tiempo, aunque también sea uno de los más controvertidos cineastas. En su último tránsito por el Festival de Cannes, donde vertió sus infames declaraciones profascistas, logró la ansiada polémica una vez más. Sin embargo, su última fatiga dista de estar diseñada para el escándalo. Melancolía es otra empanada mental solipsista y apesadumbrada donde el danés vuelve a indexar todas sus obsesiones a través de un curioso telón de fondo: narra un particular fin del mundo mediante un complejo estudio de la depresión, lo que hace que Von Trier se una a la moda apocalíptica del cine actual.
Melancolía puede ser interpretada como varias entelequias al mismo tiempo: como una fábula malévola sobre la aniquilación, como una reflexión sobre las enfermedades de la mente, como una macabra anécdota cuya moraleja pretende castigar a la raza humana o como una historia pequeña cuyas pretensiones desbordan lo imaginable. Lo que está claro es que es la traducción en imágenes de las dilucidaciones neurótico-obsesivas de su realizador, haciendo que la belleza y la desidia se unan para crear algo único.
Si Anticristo, su anterior obra, era la personal carta de anti-amor hacia la mujer, Melancolía es la indagación de sentimientos con la exposición de dos posturas femeninas. Von Trier delimita perfectamente su guión mediante la experiencia de dos hermanas que conforman el epicentro de un mosaico de personajes: mientras que una vive el fin de los días como una catarsis necesaria para escapar de su propio desasosiego, la otra observa con verdadero pavor cómo su vida está a punto de perder todo aquello que ha construido. Sin embargo, en ningún momento hay explicación para el comportamiento de los caracteres ni se escrutan los motivos que les conducen a sus actos.
Avivada por un asombroso reparto, en el que la bella Kirsten Dunst se llevó galardón en el mencionado certamen francés por su composición, todos los actores encarnan la necedad del ser humano: la depravación de Dunst ante la vida, la desvergonzada bondad de Charlotte Gainsbourg, el desprecio de Charlotte Rampling hacia la unidad matrimonial, la sórdida embriaguez de John Hurt o la increíble ruindad de Kiefer Sutherland componen este caleidoscopio sobre la hecatombe humana. Es como si fuera deseo expreso del director no dejar títere con cabeza en este compendio de ideas fatalistas. Algunas secuencias incluso podrían tacharse de gratuitas, haciendo que un relato mínimo se estire hasta las más de dos horas de metraje, siempre en busca de detalles que quizás sólo Von Trier sea capaz de apreciar como susceptibles de inclusión.
Menos provocadora que la mencionada antecesora aunque mucho más críptica en el análisis psicológico de los temperamentos, ésta es una obra terriblemente hermosa que inevitablemente seduce vista y oídos pero que se revela como algo a lo que cuesta acceder de una manera racional. No sólo es la narración del apocalipsis de nuestro universo sino que también se erige como una declaración sobre el hundimiento de estamentos fundacionales como el matrimonio, el núcleo familiar o la estabilidad emocional de las personas. Von Trier nos dice que nada de lo que antes se presuponía como sólido posee firmeza alguna en nuestros días, como si no hubiera redención posible para la Humanidad, siendo el Armagedón natural la culminación de todos los detrimentos interiores de cada ser humano.
Melancolía es una pieza extraña que logra algo que pocos consiguen: es una obra de esas que acompaña a quien la ve durante varios días, dejando una sensación de zozobra difícil de abandonar, lo que viene a ser que Von Trier ha conseguido lo que pretendía. Si bien es otra declaración enfermiza sobre la condición humana, aunque elegante y austera, también es un cuento dramático cuya experiencia visual enardece la plenitud de la obra. Sin esa grandilocuencia estética, sería algo mucho más modesto que no precisaría tanto apunte aunque el resultado final pide a gritos ser atendido y ampliamente debatido.