El paisanaje humano que puebla las imágenes de "30 minutos o menos" hace comprensible que la crítica estadounidense haya recibido esta comedia con desagrado y hasta inquietud.
Hace casi exactamente dos años, celebrábamos en esta misma página Bienvenidos a Zombieland, comedia fantástica de Ruben Fleischer protagonizada por Jesse Eisenberg. En nuestra opinión, aquella hilarante odisea post-apocalíptica constituía de modo sibilino una crítica acerba contra sus espectadores potenciales —esa generación Peter Pan afecta a las prebendas paternas y estatales, la videoconsola, la cultura popular y el Telepizza—, así como un intento de fabular para ellos un nuevo panorama emocional, reventada por la presente catástrofe socioeconómica la burbuja hedonista, irónica e infantiloide en la que se habían acomodado.
Pues bien, esta segunda colaboración entre Fleischer y Eisenberg podría etiquetarse sin problemas como precuela de Bienvenidos a Zombieland. Es decir, como un retrato implacable de ese hoy dinamitado, ruinoso, al que quedan treinta minutos o menos para el Apocalipsis. ¿El pretexto? Las angustiosas peripecias de Nick, un repartidor de pizzas obligado a atracar un banco por dos desaprensivos que le han anclado en el pecho un arnés explosivo con temporizador incorporado.
30 minutos o menos —escrita por el guionista novel Michael Diliberti— funciona casi tan bien como Bienvenidos a Zombieland a la hora de hacer reír nerviosamente y mantener al público en vilo hasta el último minuto, gracias a sus continuos retruécanos narrativos y la vigorosa puesta en escena de Fleischer. Pero, además, el paisanaje humano, escenográfico, arquitectónico y urbano plasmado por la cámara es tan elocuente, y tan desolador, como un ensayo de Gilles Lipovetsky.
La cinta es especialmente perversa al hacer de la nostalgia de los ochenta, de moda desde hace un tiempo, una cualidad no redentora sino alienante. No por casualidad, abundan las referencias cinéfilas a las sagas Arma Letal, Superdetective en Hollywood y Jungla de Cristal: las desventuras de Nick y su amigo Chet (Aziz Ansari) adoptan la forma de una buddy movie (o película de colegas) como las de entonces. Aunque los aspectos espectaculares, bigger than life, se han evaporado, quedando en evidencia lo mezquino, idiota y sin futuro de las fantasías y los comportamientos imitativos basados en ellas (algo que denuncia asimismo una de las sensaciones indies de la temporada, Bellflower).
Por todo ello, tanto si se capta el sustrato descrito como si no, 30 minutos o menos es susceptible de provocar disgusto y hasta inquietud, como han manifestado casi todas las críticas norteamericanas: "No hay nada acogedor en la película [...] no hace gala de ningún valor social redentor" (Lisa Schwarbaum). "Uno se siente atrapado durante 83 minutos en una ficción cuya naturaleza ínfima y repelente acaba chupándote el alma" (Richard Corliss). Nunca resulta agradable que nos pongan frente a los ojos por sorpresa, entre carcajadas, las miserias del tiempo que hemos contribuido a forjar, y las estrategias con que pretendemos disociarnos de ellas.