Cuando uno pretende hacer una nueva incursión en el cine de suspense, en la concreta subcategoría del enigma que crece para explotar en el último tramo, lo mínimo que debe preocuparse es que esa explosión le impacte al espectador con algo de coherencia, y que no lo haga sobre uno mismo evidenciando sus síntomas de apatía, de desgana o de acomodarse en recursos de taquilla demasiado simplistas.
Si El escondite no contara con la participación de Robert De Niro o una desapercibida Elisabeth Shue, es justo decir que no se estrenaría en la gran pantalla y tumbaría a muchos en proyección televisiva. Algo que puede servir para volver a plantearse qué hace que la estrella protagonista tenga tanto empeño en dilapidar su fama, por qué vive afincado en los proyectos mediocres que están logrando el difícil objetivo de nivelar su carrera igualándole al intrascendente nivel de otros compañeros de profesión.
Por las esperanzas de cambio, y a pesar de contar con un guionista de escasa experiencia como es Ari Schlossberg y de un actor reconvertido en director como es John Polson, la primera media hora en que la tensión parece ausente hace albergar esperanzas de un tratamiento del suspense comedido en que sin prisas se vaya caminando en una dirección propia. Puede que sea un ejercicio de fe ciega, pero a él ayuda Dakota Fanning, una de las grandes promesas del cine americano y que haciendo papeles de niña ha dado la réplica a la perfección a Sean Penn (Yo soy Sam) o Denzel Washington (El fuego de la venganza) haciéndose merecedora de un puesto en una de las películas más esperadas como es La Guerra de Los Mundos. Con su palidez y carácter áspero, que tan pronto le dan el aspecto de una de las niñas de El Resplandor (con la que la cinta se cruza ofensivos guiños, desde el viaje inicial en coche hasta una comedida ruptura de puerta) como la convierten en el centro de todas las dudas, es capaz de dejar en accesoria la función de De Niro, siempre más allá de la función recaudatoria de venta de entradas.
Lamentablemente, cuando llega el momento de buscar el miedo y marcar los tiempos, la cosa se va torciendo, y definitivamente se hunde al dar explicaciones. Si antes un forzado ejercicio de interpretación generosa había logrado justificar algunas extrañas reacciones entre personajes secundarios, ahí sencillamente todo queda sentenciado con procaz desidia. Resuelto el enigma con la horma de la estulticia, el metraje se arrastra buscando a tientas un desenlace que llega demasiado tarde.