Nos cuenta una historia que ya hemos visto repetidas veces en la gran pantalla.
Tras salir de la cárcel al haber cumplido una condena por agresión, Mitchell (Colin Farrell) intenta darle un nuevo rumbo a su vida, olvidando su pasado asociado a los bajos fondos londinenses. Pronto recibirá la oferta de hacer las veces de guardaespaldas de Charlotte (Keira Knightley) una actriz de éxito que permanece recluida en su domicilio debido al constante acoso de los papparazi. Sin embargo, los sórdidos contactos de Mitchell en el mundo del hampa intentarán por activa y por pasiva arrastrarlo hacia el lado oscuro.
Basada en una novela de Ken Bruen, London Boulevard supone el debut tras las cámaras de William Monahan, guionista ganador del Oscar por Infiltrados (Martin Scorsese, 2006), y también implicado en dos de los títulos más recientes de Ridley Scott: El reino de los cielos y Red de mentiras. Con semejante bagaje Monahan se embarca en una cinta que combina, entre otros, elementos del cine negro de Hollywood de los años 40, de las películas británicas de gángsters de los 60, así como detalles puntuales que nos pueden traer a la mente contribuciones hechas al género de los delincuentes por parte de cineastas como Quentin Tarantino o Guy Ritchie, aunque el ritmo narrativo poco tenga que ver con las aceleradas producciones de este último.
Con un ojo puesto en Scorsese –los clásicos de Yardbirds, Rolling Stones y tantos otros que van sonando crean un estado de ánimo bastante acertado, a la manera de lo que sucedía, por ejemplo, en Casino– el film nos cuenta una historia que ya hemos visto repetidas veces en la gran pantalla: la del delincuente que se ve abocado a recaer en los errores pasados, más forzado por el contexto que por su propia voluntad. Esta vez, sin embargo, se renuncia a crear una trama trepidante, dando paso a una cinta con aires trágicos que nos ofrece un ritmo pausado, fiel reflejo del taciturno protagonista, y que en ese punto logra ciertas similitudes con la curiosa El americano (Anton Corbijn, 2010).
La originalidad del tempo narrativo desmarca a London Boulevard de otras compañeras de clase, permitiendo que al menos en ese aspecto merezca ser recordada. La ambientación y la plasticidad de las imágenes tampoco son desdeñables. Además, los actores están bastante acertados, destacando un David Thewlis que dota de una entidad especial a su personaje, un secundario en apariencia bastante anecdótico.
Con todo, y aunque el guión pese a su predictibilidad sabe mantener un cierto interés en la parte dedicada al thriller, la historia naufraga en casi todo lo referido a su faceta romántica. Tanto Mitchell como Charlotte son seres dañados que sueñan con evadirse de sus respectivas cárceles internas, y que al encontrarse uno al otro tratan de salir a flote. Pero esa peculiaridad, que funciona en la teoría, acaba transmitiéndose al celuloide con excesiva frialdad, y apenas se nota cierta química entre estos anestesiados personajes que encarnan Farrell y Knightley. Al final, por desgracia, el espectador acaba notando que esos minutos son un mero relleno, y terminan pesando sobre un título que podría haber sido más redondo.