Filme de pequeñas dimensiones limitado por su propia condición, pero también es sólido en sus cimientos
5 metros cuadrados es la nueva misiva que lanza Max Lemcke como ya hiciera con su Casual day. En esta última, focalizaba sus esfuerzos en un grupo empresarial que debía pasar un fin de semana encerrado en una casa rural. Las relaciones de poder y de autoridad cristalizaban mediante los delgados hilos que unían a los personajes, que intentaban forjar alianzas y pactos imposibles en su cometido por lidiar con la vida laboral.
Ahora, 5 metros cuadrados, ganadora en el Festival de Málaga de cinco lúcidos premios -incluyendo el de mejor filme- propone una vuelta de tuerca a esas relaciones de poder y a ese entramado de beneficiarios, estafadores y víctimas del sistema. Este segundo trabajo de Lemcke tras las cámaras se centra en la vida de dos personajes, Álex y Virginia, cuyos planes de boda se acercan. Antes deciden comprar un piso sobre plano en el extrarradio de la gran ciudad pero, unos meses antes de la entrega del que es el sueño de los protagonistas, el complejo residencial es precintado. Álex y Virginia han caído en un enorme timo inmobiliario.
Álex y Virginia son dos personas que bien podrían ser el reflejo de la mayoría de la sociedad patria. Luchan, ahorran y buscan su propia felicidad, aquí concentrada en un inmueble que nunca llegará a concretarse. Son personajes cercanos, que casi parecen respirar el propio aire que respira el espectador a la salida de la sala y que deberán iniciar una lucha social desencadenada por un conflicto que se les antoja ajeno pero que acabará mermando sus vidas.
Para ello, nada mejor que la elección de Fernando Tejero y Malena Alterio, pareja televisiva y cinematográfica española que parecen haber nacido predestinados a la unión en el celuloide. Ellos encarnan como pocos podrían el patetismo de las capas medias, el cinismo que la vida tiene con aquellos no merecedores de tal saña. Lemcke sabe dirigirles y ellos saben hacer el resto como buenos comparsas confirmados, pues son ambos quienes llevan todo el peso de una cinta válida por sí misma.
5 metros cuadrados es un filme de pequeñas dimensiones limitado por su propia condición. Pero también es sólido en sus cimientos y construido con los elementos medidos para que funcione a nivel social. No es sino un espejo analítico en el que se miran temas como la especulación, los créditos concedidos a modo ilusorio, la burbuja inmobiliaria o la holgura con la que facturan las operaciones comerciales. Pero en lo que logra su máxima edificación esta cinta es en el traspase de barreras: no sólo se habla de la quiebra económica sino que ésta trasciende al ámbito de lo personal y de lo ético, haciendo que la hipoteca de la vida sea absolutamente palpable.