Un guión insólitamente tedioso y burdo filmado deprisa y corriendo.
A tenor del modelo utilizado para la adaptación de la última entrega de esta saga vampírico-licántropa que ya todos conocemos, todo parecía indicar que la serie se habría esmerado hoy más que nunca en crear un producto contundente. La división del texto original en dos filmes, además de un pretexto para hacer más caja y perlongar un buen filón, también es una excelente excusa para la elaboración de un díptico más complejo, con rasgos estéticos diferenciados y con mayor esfuerzo de guión. Ahí está el modelo harrypotteriano que logró, en sus dos últimos capítulos cinematográficos, elevar el tono utilizado en la franquicia y otorgarle un final épico.
Pero no… quién lo iba a decir. Resulta que, odios y fanatismos aparte, la evolución de estos teenagers con instintos sobrenaturales nos deja con la entrega más paupérrima de todas. Y lo peor de todo es que se trata de un episodio de transición que bien podría dejarse de ver leyendo tan sólo su sinopsis en cualquier publicación de actualidad. Eso, y que hace aguas a todos sus niveles.
Este Amanecer plantea, como la mayoría de lectores ya sabrá habiendo atendido al trailer, la supuestamente esperadísima boda entre Edward y Bella (mientras que Jacob se lame sus heridas), la culminación sexual de ambos y el embarazo de la segunda. Y todo ello comprende la friolera de casi dos horas. Reloj en mano, cada bloque temático ocupa una tercera parte del metraje sin vergüenza alguna para ser expandido mediante bromas estúpidas, pasajes de congratulación graciosilla con el público y diálogos miserables que necesitarían revisión urgente.
La ceremonia entre los novios aclamados (por el palco de butacas, plagado de rostros acnéicos y prepúberes) es la más fugaz y desangelada que se recuerda en los últimos años, el pasaje íntimo que se ocupa de la noche de bodas carece de total sensualidad o pasión entre los recién casados, y el embarazo es una tortura de mal gusto que convierte a Kristen Stewart en algo parecido a Nosferatu para llevarnos al inevitable tramo final (los últimos cinco minutos, reloj en mano otra vez) que parecen estar formalmente más cuidados.
Pero no todo acaba aquí. Un buen ojo avizor avistará con pasmosa facilidad un montaje de planos rematadamente pésimo y plagado de incongruencias visuales, errores en el raccord que sorprenden por su visibilidad, un maquillaje espantoso y el uso de unos efectos especiales que parecen sacados de un filme de serie Z de hace ya algunas décadas. ¿Cómo es posible?
También podemos achacar, aunque de manera más lógica, un “meter con calzador” momentos programados para provocar los vitores en su público objetivo, otras escenas que se pretenden realistas y acaban por sonrojar por su condición de ridículas y una descaradísima inclusión de canciones para vender la banda sonora (que sí, que es un superventas, lo sabemos) en momentos que parecen pretender casar con cualquier otro filme menos con éste.
Para rematar todo lo dicho, hay algo más aún inconcebible. Después de haberse ejercitado en sus tres filmes anteriores, el terceto protagonista está peor que nunca. Mientras que Robert Pattinson ha perdido todo el encanto, Stewart mantiene un rostro agrio y casi mudo incluso cuando es llevada al altar o después de su celebrado apogeo amatorio. Entre tanto, Taylor Lautner aparece y desaparece intermitente (y en algunos momentos, lo hace sin mucho sentido) con ceño fruncido y cara de pocos amigos.
Catherine Hardwicke proporcionó a la primera entrega una mezcla (la más solvente por el momento, por poco convincente que fuera) de romance adolescente lánguido y vampirismo gótico-contemporáneo a ritmo de trash-metal; Chris Weitz firmó un jalón desinflado y mal narrado cuyo mayor logro era la introducción de nuevos personajes; David Slade, finalmente, hizo que la tercera parte estuviera centrada en el temple y en la contención explicativa.
Ahora Bill Condon -y demás culpables de esta cinta agónica- opta por abandonarse ante un guión insólitamente tedioso y burdo que ha filmado, visto lo visto, deprisa y corriendo, únicamente pudiendo aspirar al batacazo artístico pleno. Pero da igual porque el cheque que se ha llevado le compensa sobradamente, las recaudaciones son pasmosas y los fanáticos seguirán diciendo (como se ha oído ya en muchos foros y en otros tantos recintos cinematográficos) que este nuevo epígrafe es espectacular, bello y maravilloso. Así que... ¿qué importa lo que aquí digamos?