El ingenio escasea, y el resultón gato acaba por no tener la suficiente entidad como para sobrellevar el peso de una película entera.
Parece innegable que el cine de animación de los grandes estudios da señales de agotamiento. A fuerza de exprimir a sus creativos para ir colocando en las carteleras con regularidad los pertinentes estrenos creados por ordenador, compañías como Pixar se han ido metiendo en callejones sin salida, ofreciéndonos secuelas con mayor –Toy Story 3– o menor –Cars 2– fortuna, evidenciando la falta de frescura actual en esta parcela del séptimo arte, que tantas satisfacciones nos había ido brindando desde la irrupción en el panorama del estudio perteneciente a Disney.
Otro de los títulos que revolucionó el modo de entender el cine animado fue Shrek (2001), que nos llegó bajo el paraguas de Dreamworks. Agotada ya una fórmula que había ido languideciendo a cada nueva entrega, ahora los responsables de la saga del malhumorado ogro verde construyen una película protagonizada por uno de los personajes más carismáticos de sus cintas, el Gato con Botas al que pone voz Antonio Banderas.
Situada temporalmente antes que Shrek 2, donde hiciera su debut, este film dirigido por Chris Miller –tras las cámaras en Shrek Tercero y Lluvia de albóndigas– nos muestra al intrépido minino asociado con Humpty Dumpty, con quien compartió infancia en un orfanato, y con una sensual gata ladrona (a quien dobla Salma Hayek). La misión que deberá cumplir el trío es robar la oca de los huevos de oro.
Estamos ante una película de aventuras relativamente sencilla y bastante predecible. El ritmo narrativo ayuda a que el espectador esté entretenido, pero en cuanto se le deja pensar un poco es inevitable ir adelantándose a los acontecimientos y sufrir cierto hastío. Tampoco hallamos frescura en los chistes, reciclados en buena parte de la saga de donde procede el felino, y que evidencian la patente decadencia de la misma.
Se agradecen, eso sí, los momentos en que este mundo lleno de seres mitológicos se ve dominado momentáneamente por los aires del spaghetti western, logrando epatar al público más maduro de la sala. Pero el ingenio escasea, este resultón gato acaba por no tener la suficiente entidad como para sobrellevar el peso de una película entera, y los secundarios no destacan especialmente, aunque Humpty Dumpty se nos antoja curioso, y da bastante miedo en según qué momentos.
Más disfrutable cuanto menores sean las expectativas hacia ella –parece claro que esta franquicia no va a remontar el vuelo–, El Gato con Botas deja intuir una futura secuela que probablemente satisfaga a un público familiar sin demasiadas exigencias, pero cuyos resultados volverán a quedar a años luz de aquella divertidísima Shrek original.