Destacaba Santiago Segura en el Festival de Sitges, de entre los muchos y grandes recuerdos del certamen, “cuando Balagueró presentaba aquí sus primeros cortos, lamentables, que le han llevado a dirigir ahora películas de terror... como Operación Triunfo”.
Estrenado este cuestionable documental antes de Darkness, realmente el reto a superar a nivel de horrores tiene su enjundia... pero evitando la intentona de superarlo por la vía gore, aquí propone un miedo en estado puro, aunque no por ello esquive caer en tendencias efectistas.
Con todo lo que se pueda achacar a OT, incluso para quienes el fenómeno provoque lógica urticaria, lo cierto es que los recursos de director para eventos musicales le vienen como anillo al dedo. Porque la mayor baza de esta cinta -supuestamente alimentada por el más simple atávico de los miedos- es la de cobrar fuerza en los tramos con ritmo de videoclip.
El juego de sonidos de “Los Sin Nombre”, elevado en uno o dos grados, es otra vez pasto para el susto bakala. Ahí, ese sector del público disfruta de la sesión de cine como podría hacerlo en la montaña rusa.
Entre tanta apasionante emoción, queda de manifiesto que el teatro paisano puede ofrecer más al cine de don Jaume, que un reparto internacional con nombres biensonantes. Porque el juego de guión-expresividad peca de una fría falta de credibilidad. Es curioso que el anterior compañero de fechorías Paco Plaza, cae en los mismos vicios con “Second Name” que también nos viene con el aire/tufillo de producción internacional.
Ni en una ni en otra, el deseo de dar miedo debería valerse sólo de efectos (mucho más desarrollados en este caso), y no puede plantearse como trama un mero esbozo a partir del cual coger caprichosamente lo mejor y peor del cine para un batí burrillo alimentado de recopilaciones: si entre los títulos de cine que le cuesta citar, Balagueró nombra los “chicos del maíz” y “el resplandor”, ambas referencias no son gratuitas: entre el guiño y el préstamo, no son necesarios los esfuerzos para apreciar partes insígnes de la recolecta.
Los mejores momentos, vienen como ha quedado apuntado de una tensión meramente visual, a base de concentración de sonidos e imágenes a saltos que marcan el ritmo que casi por reflejo ha de seguir el corazón. La taquicardia promete, el resto necesita más firmeza, más profundidad y no esa desgana que no gana la batalla contra la incredulidad.