Un sentimiento de profunda emoción nos embarga a todos aquellos que hemos seguido de cerca la trayectoria musical de este genio británico. Recordamos aquel primer Tubular Bells en cinta de casete o vinilo, aquellas melodías nuevas, el amalgama hipnótico de una nueva forma de hacer música que supondría un revés absoluto a nivel mundial en aquel presente y en este futuro (por entonces incierto) en el que ahora nos movemos.
Una grabación en multipistas realizada por un joven de 19 años que tocaba todos los instrumentos; dos canciones exclusivamente con una duración de unos 50 minutos repletas de innumerables armonías, ritmos cambiantes, coros atmosféricos e incluso voces guturales.
Luego en 1992 (19 años después) llegaría el Tubular Bells II, otra obra redonda en la que se heredaba la estructura de su hermano mayor aportando nuevas melodías basadas en el original y la ventaja de trabajar con una amplia y avanzada tecnología digital.
El Tubular Bells III de 1998 supuso ya algo totalmente diferente. Recuperando tan sólo el sonido de las campanas tubulares y un cierto recuerdo a aquel famoso piano que todo el mundo recordará por su aparición en el Exorcista, la tercera entrega de este fenómeno muy bien podría haberse constituido como un álbum enteramente desmarcado de la familia Tubular Bells.
Al igual que The Millennium Bell, disco que pasó prácticamente desapercibido por su escasa aportación a la genealogía (aunque otros como el maravilloso Amarok corrieran las misma suerte sin merecerlo; ¿qué habría pasado de haberse editado posteriormente con otro nombre?).
Todo esto, sumado a la flaqueza de Guitars (por mucha innovación que suponga grabar una batería a través de una guitarra) y a la manida musicalidad de Tres Lunas, nos hace preguntarnos seriamente en esta última etapa de la carrera de Mike Oldfield: ¿era necesario volver a grabar el Tubular Bells?
Porque eso es de lo que se trata, de una re-grabación del Tubular Bells original de 1973 con los medios digitales de los que se dispone ahora.
Mucho se comentará sobre la falta de ideas de Mike Oldfield, sobre el terreno seco al que se está precipitando y la necesidad de realizar copias como esta para mantenerse en la escena musical aún repitiéndose. Pero habríamos de pensar en algo totalmente distinto. En la necesidad de realizar un proyecto en la mente tal como se imaginó, sin barreras tecnológicas, sin cambios de tono, sin el molesto ruido de fondo de las cintas; con un sonido limpio y una sincronización perfecta que hasta ahora sólo podían encontrarse en lo más profundo del subconsciente de Oldfield.
Han pasado 30 años y ya se lo tenía merecido. A causa de una cláusula en un contrato con Virgin que se lo había impedido hasta ahora, no ha podido realizar su sueño hasta el amanecer de su 50 cumpleaños. Qué mejor forma de celebrarlo. Volviendo a tocar todos los instrumentos como hace 30 años y colaborando con figuras tan emblemáticas como Sally Oldfield y John Cleese.
Y para nosotros, para todos aquellos que llevábamos el Tubular Bells original en el corazón, que no cunda el pánico. Tal vez no sea capaz de rememorar aquella emoción primigenia que nos invadía cada vez que lo escuchábamos. Pero en esta nueva escucha iremos descubriendo matices que no habíamos detectado. Ciertas cadencias, ciertas voces… sin dejar escapar el espíritu original que quiso transmitirnos. Y todo ello con un sonido digital perfecto y en un alucinante estéreo.
Y si no nos convence siempre podemos volver al antiguo tocadiscos, a la infancia musical que nos acogió hace 30 años para quedarnos allí. Aunque no creo que sea necesario. El hermano mayor y el pequeño serán capaces de convivir en perfecta armonía.