Mucho se ha hablado de ella como si meramente fuera una descarada réplica al apabullante éxito de Amy Winehouse, un clon creado en algún laboratorio especializado en mercadotecnia para rentabilizar el camino abierto por la polémica cantante londinense. Sin embargo, lo que asalta nuestros oídos cuando escuchamos el debut discográfico de la galesa Duffy es un sólido tratado de soul y pop que justifica su compra inmediata por sí solo, prescindiendo del contexto en el que haya aparecido y de cualquier tipo de sospecha como la que acabamos de apuntar.
Desde el principio este Rockferry derrocha firmeza y buen hacer en su elaboración, notándose la presencia del productor Jimmy Hogarth (quien ya estuviera detrás de los mandos de Frank, debut de la mentada Winehouse). También encontramos participando en cuatro de los temas más destacados a Bernard Butler, figura fundamental dentro del pop británico gracias a su participación en grupos como Suede o The Tears, así como sus proyectos en solitario. La buena mano de este par de experimentados escuderos logra encumbrar el álbum que nos ocupa hasta enormes alturas de calidad.
En cuanto a las canciones en sí, suponen diez regalos para los oídos en forma de piezas atemporales donde el pop y el soul se combinan de una forma increíblemente eficaz (por ejemplo, el inicio del segundo corte, Warwick avenue, nos remite al clásico Sitting on the dock of the bay de Ottis Redding, para luego ir por otra senda). Todo en este disco suena elegante, sedoso y con un punto de sensualidad añadido que te permiten escucharlo una y otra vez sin cansarte, ya que en ningún momento se cae en el peligroso terreno de lo hortera. Predominan los tiempos lentos, siendo la excepción el primer single, Mercy, que invita al baile. Entre el resto cada uno es libre de elegir su favorita, aunque ahí va un consejo: Distant dreamer, que cierra estos 40 minutos de gloria, es preciosa.
La voz de Duffy se inscribe en la onda de cantantes como Dusty Springfield, mostrando la combinación perfecta de carácter y sensibilidad como para sacar adelante estas composiciones y que resulten creíbles. Los medios más críticos y susceptibles pueden acusarle de ser una Amy Winehouse domesticada, apta para ser consumida por las masas, pero ante unos resultados musicales tan apabullantes como los que nos ofrece este primer disco sólo cabe reconocer que mientras haya mercado para ambas divas siempre será un placer disfrutar de sus trabajos, sobre todo si están tan bien acabados como este Rockferry, una de las más gratas sorpresas de lo que llevamos de año.