Ochos largos años han tenido que esperar los millares de seguidores de AC/DC para poder disfrutar de otro puñado de canciones con una marca de fábrica inigualable. Una espera, acompañada de incertidumbre por no sentirse defraudados. Obviamente, a nadie se le ha pasado por la cabeza descubrir a un grupo distinto del habitual. Puede que para algunos su música peque de inmovilista pero, es que, solo se les pide que suenen a ellos mismos.
Y… no, Black Ice no nos muestra a unos AC/DC distintos aunque si renovados, revitalizados y en mejor forma que cuando editaron Stiff Uper Lip. Sin duda parte del mérito se le debe conceder a Brendan O’Brien, quien, con una producción impecable, ha sabido resaltar las aptitudes ya reconocidas para elevarlas a un mayor nivel de calidad técnica.
Por una parte, el sonido retoma la dinámica del rock and roll boogie de sus primeros trabajos y deja de lado su vertiente más heavy. Una característica que se refleja, por ejemplo, en las partes de batería de un Phil Rudd metido de lleno en su papel y que suena genial en Rock n Roll Train, una apertura de lo más clásica.
El disco, contiene mucha más sustancia de lo que, a priori, se pueda pensar. No es un álbum de riffs pegadizos, en esta ocasión Angus Young se ha dedicado más a trabajar unos solos de partes intrincadas y cierto aroma bluesy. Además, nos regala con una excitante composición, Stormy May Day, en la que utiliza un bottleneck, tubo metálico de cristal que hace sonar su guitarra como una slide.
Y qué decir de Brian Johnson. Otro tío con esa garganta ya estaría jubilado, en cambio, sigue dando el tipo como si la vida le fuera en ello. Perfectamente centrado en todo el álbum, explotando sus condiciones al máximo y poniendo una guinda especial en Anything Goes, con un enfoque distinto en la modulación que recuerda sus tiempos en Geordie. Un tema, por otra parte, de perfil comercial y en una línea diferente, alejada de los parámetros más convencionales del grupo australiano.
Malcolm Young, como siempre, desde la sombra, colabora para que la parte rítmica funcione sin fisuras como una máquina engrasada. Y en cuanto a Cliff Williams, bueno, debería ser espléndido por Navidad con Brendan, por hacer que el bajo deje su huella en el álbum y no pase desapercibido.
En líneas generales, el trabajo tiene una primera parte muy competitiva, luego entra en algún que otro altibajo, pero predominan los rasgos positivos y, al final, el tema que da título al álbum no merece estar desplazado a ese lugar porque es una despedida brillante.