En la década de los años 80 la escena musical española experimentó una eclosión de grupos cuya creatividad y buen nivel de logros quedarán en la mente de muchos eternamente, marcando aquel periodo como “la Edad de Oro del Pop Español”. Pasan los años y sigue habiendo buenas ideas y grupos dentro de la escena comercial, pero en el fondo a los que vivieron ese boom siempre les quedará la espinita de que cualquier tiempo pasado fue mejor, convencidos, no sin parte de razón, de que será prácticamente imposible que en un futuro próximo se vuelva a reunir tanta calidad dentro del estrecho margen de movimientos que dejan las radiofórmulas actualmente.
Inspirados por la década nos llega el debut discográfico de los granadinos Oberón, once canciones que logran el propósito de hacernos viajar unos años atrás en el tiempo, creando melodías y ambientes que no desmerecerían en aquel contexto, pero echando mano de los avances tecnológicos propios de la actualidad para evitar hundirse en las arenas movedizas de un sonido excesivamente retro que no se detecta por ninguna parte.
En cuanto arranca el disco nos vienen a la mente clásicos de grupos como La Guardia, Los Secretos o tantos otros que forjaron su leyenda disco a disco hace casi treinta años. Las guitarras y los teclados nos retrotraen y nos acarician dentro de una burbuja temporal, y las letras nos mecen con una combinación equilibrada entre la sencillez y la elaboración. Hay muchos títulos que nacen con vocación de himnos, sobre todo cuando nos damos cuenta de que uno de los nombres que más acuden a nuestra mente durante la escucha es de Maná (atención a Sueños por cumplir), ya que al fin y al cabo los mexicanos están acostumbrados a llenar estadios.
También hay ecos de los gibraltareños Taxi, sobre todo debido a la voz de Kike López, y el uso de los teclados y determinadas guitarras certifican bien a las claras que estos granadinos tienen muchos discos de The Cure entre sus imprescindibles. Incluso los coros mesiánicos del final de No queda nada remiten a Simple Minds. Es decir, que estamos ante un grupo que se ha empapado bien del sonido que intentan lograr por sus medios, consiguiendo sin problemas reproducirlo con voz propia.
En la segunda mitad del disco Oberón introducen novedades en su discurso y echan mano del vocoder (en Rencor), se decantan por sonidos más pétreos y rockeros (Mundo desquiciado) o sacan a relucir una vena de rock sureño americano y blues para cerrar el conjunto (Tirado en los bares). En resumidas cuentas, una interesante propuesta tanto en lo que muestra a modo de actualización (y homenaje) de una década irrepetible como en los toques diferenciadores que deja caer en algunos de sus cortes.